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La nieve, la ilusión y la magia de la Navidad

● A. Cordero ►Miércoles, 24 de diciembre de 2014 a las 15:13 Comentarios desactivados


(Cuento de Navidad)

María, como todos los niños de su colegio, les había escrito la carta a los Reyes; esa que repartía el paje de su tienda favorita al salir de clase, incluso se había sentado en las rodillas de Papá Noel y le había dicho al oído que este año no quería juguetes, sino leche y comida para su hermanito pequeño y una gran nevada para retenerla en su retina y jugar con su papá haciendo muñecos de nieve. Le había hecho prometer que los juguetes se los llevaría a otros niños que no tuvieran, porque ella no los necesitaba.

Sospechaba que este año tanto Papá Noel, como los Reyes Magos no pasarían por su casa porque no había pedido nada y como había oído algo sobre la procedencia de los regalos, era prudente a la hora de soñar. Su padre llevaba sin trabajar casi dos años y, dada la situación económica por la que estaba atravesando su familia no podría esperar regalos, aunque nada le impedía soñar con las muñecas más llamativas del catálogo y con algunos de los juguetes que veía cada día al ir al colegio en la juguetería.

-Este año la Navidad será distinta- se decía a sí misma María una y otra vez. Desde su sentido común, conocía la situación familiar como una persona mayor y sólo podía pensar en la trágica situación que se estaba haciendo demasiado larga, pero su mente de nueve años, la invitaba constantemente a soñar con la magia de la Navidad, ilusionarse y quedarse mirando cada día el escaparate de la tienda de juguetes, como lo haría cualquier niña de su edad.

-No podré dejarle leche a los camellos, ni turrones a los Reyes, ni me levantaré mañana corriendo esperando encontrar algún regalo bajo el árbol- pensaba María, limpiándose una lágrima que resbalaba por su mejilla. Su madre la miraba desde la cocina, mientras hacía unos tediosos arreglos de costura por unos pocos euros y pensaba en “algo” para poder hacerle un muñeco de trapo, o una fofucha de esas tan bonitas. –Si tuviera internet, podría encontrar algún DIY para quitarle esa melancolía del rostro y darle una sorpresa- pensaba, pero no puede ser, y no se me ocurre nada.

La mañana de Navidad María se despertó temprano y se asomó a la ventana para ver si había nevado, -era el regalo que había pedido esta Navidad-, y una gran sonrisa iluminó su rostro cuando vio un gran manto blanco sobre los tejados. Ahí estaba su regalo: jugar en la calle, construir un muñeco de nieve gigante con la ayuda de su padre y organizar una batalla de bolas de nieve y patinar y, y, y… De pronto se fijó en una caja que había en la entrada de casa, la rodeó con sus brazos y no pudo contener las lágrimas al ver, dentro de la caja, la muñeca del escaparate.

-La magia de la Navidad- pensó María y salió a la calle, feliz, con su muñeca fijándose en las huellas de unas botas marcadas en la nieve. Pensó que había sido Papá Noel quien, contra sus sospechas, había visitado su casa como cada Navidad, decidió seguir el rastro de las pisadas para ver dónde se dirigían, y llegó a la tienda de juguetes justo en el momento en que Elena y Jose, los dueños de la tienda, se quitaban las barbas y la vestimenta roja para dirigirse a su casa. Ya no le quedaba ninguna duda. Era demasiado evidente que ellos habían dejado la muñeca en casa poco antes del amanecer; por si a Papá Noel no le daba tiempo.

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