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Maneras

● IBAÑEZA.ES ►Lunes, 27 de abril de 2015 a las 9:03 Comentarios desactivados


De nuevo tengo que dar gracias por no inhibiros en los elogios. Esto, que son maneras, manifiestan el contenido de algo: los modos; modos y maneras que hoy han sido ninguneados por Juan Goytisolo. No llegaremos al protocolo, pero andaremos rozando esa sublimación de la educación, tratando de explicar el misterio de las maneras, en el día que “celebramos san degollo”. Eso sí que es un misterio, pasar de estar “damnatio memoriae” a una exaltación casi general de “mártires de la democracia”, no son maneras.

Entrando en materia, retrocederé un año, hasta una muy interesante, como siempre, conversación que tuve con Manolo en la que lamentaba la situación de abandono en que se encontraban, las que él denominó “señoriales casas” de La Bañeza. Lo recordé el otro día cuando Pepi y todo su encanto decía cuánto añoraba el glamour que tenía La Bañeza de antes, hombre, no sé si tan inexacto término es el más adecuado, pero lo cierto es que nuestro pueblo hoy, tiene muchas cosas, pero glamour, desgraciadamente, tampoco. Quizás le ocurra como a algunas personas cuyos encantos no disminuyen con el paso del tiempo: desaparecen. Dicho así suena bruto, pero cuando te lo dice todo el ingente encanto que atesora Pepi, te sientes conmovido por la pérdida.

Y es que el domingo, según los periódicos del lunes, estuvieron rodando un video-clip en una casa de la Plaza. Incorrecto esa casa siempre ha estado en la calle Astorga, que según el extinto anterior Cronista Oficial, es la única calle en L.B. que jamás ha cambiado de nombre. Esta debe ser la razón por la cual sus residentes son mirados con cierto recelo por parte de la ciudadanía cual si fueran portadores de exóticos y envidiados miasmas. Pero a lo que iba, esa información aparecida en prensa queda coja: por mucho que se pondere, y así lo hacía, la casa, nunca, repito nunca, podrá tener el encanto que irradiaba cuando estaba habitada: ese vestíbulo en penumbra, del que arrancaba la espectacular escalera bruñida hasta reflejar tu imagen, que terminaba en la disecada cabeza del ciervo que tiempo atrás, lógicamente, había estado correteando por la gran huerta. Los objetos que habían sido amados por anteriores propietarios, se conservaban lozanos gracias al cariño que seguía depositando en ellos su dueña, que contagiaba su señorío, como los niños la gripe, a cuanto la rodeaba, ¿cómo, si no, era posible que María te pudiese tratar con una exquisitez que envidiaría hasta la más refinada milady de una película british? Eso te impacta cuando eres niño y cuando dejas de serlo comprendes que nunca nadie, por muchos años que vivas, te va a volver a tratar con esa mezcla de cariño y deferencia, y claro, hoy lo añoras porque esa deferencia en el trato es lo que marca la diferencia.

Pienso, entonces, que algunos hemos tenido el privilegio de atisbar un estilo de vida hoy desaparecido, y que hay gente que se permite despreciar sin ser capaces de poder entender la “dignitas” que implica la coherencia de vivir como lo que eres, sin pretender aparentar lo que nunca has sido, ni podrás ser.

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