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Comentarios vomitivos y crueles para un trágico suceso

● A. Cordero ►Viernes, 27 de mayo de 2016 a las 8:45 Comentarios desactivados


Cuando la noticia de un suceso se propaga a la misma velocidad que las llamas, consterna no sólo a toda una ciudad, sino mucho más allá, ya que trasciende a las páginas de los informativos de interés nacional y llega y preocupa a miles de personas que –aunque no sean parte interesada– se sobrecogen ante una tragedia de esta magnitud. Saben que directa o indirectamente las cuantiosas pérdidas económicas nos terminarán afectando a todos, trabajemos o no en Embutidos Rodríguez o en cualquier otra empresa de esas características en cuanto a volumen de facturación y puestos de trabajo generados.

Al resto de bañezanos, a quienes no nos afecta directamente, porque no somos los dueños, no trabajamos allí y, tal vez nuestra única relación sea el hecho de ser consumidores de sus productos, la noticia tampoco nos dejó indiferentes, ya que lo que pasó el sábado mientras cada uno de nosotros estaba disfrutando de su tiempo libre, nos hizo llevarnos las manos a la cabeza y ponernos en el lugar de cada una de esas familias afectadas, sobre todo en el de la familia Rodríguez que con tanto esfuerzo  y muchos años de duro trabajo consiguió levantar el imperio que irremediablemente sucumbía bajo las llamas.

Trato de ponerme en la piel de los dueños y los trabajadores que día a día han hecho de Embutidos Rodríguez, una empresa de referencia en el sector de la industria cárnica y no puedo entender cómo hay personas capaces de verter tantos comentarios vomitivos en las redes sociales; personas a las que saludamos por la calle, con las que compartimos mesa y mantel en cualquiera de las cenas de sociedad que a lo largo del año se celebran en La Bañeza, o con las que tomamos café después de dejar a los niños en el colegio. Personas aparentemente normales hasta que sueltan por la boca todo el veneno que llevan dentro para acabar dando asco, asco por sus palabras, sus intenciones y sus pensamientos.

Es una pena que la libertad de expresión no siempre se utilice de manera correcta. Es verdad que uno opina lo que quiere y nadie tiene por qué estar de acuerdo, es verdad que está recogida en el capítulo 20 de la Constitución y nos brinda –sin pasarnos– a todos los españoles el derecho a decir lo que pensamos, pero hay casos en los que alardeando la bandera de la libertad de expresión, se dicen y se hacen cosas que rozan el delito y en las que sería conveniente ser empáticos y ponerse, aunque fuera por unos minutos, de la otra parte.

Náuseas me han provocado estos sujetos provistos apenas de media neurona y unas cuantas teclas a las que aporrear sin pararse un segundo a pensar en lo que están escribiendo, ni en el daño que hacen a los afectados; a quienes se alegran de lo sucedido y los que dicen con total impunidad que el incendio fue provocado. No me explico cómo tienen valor de seguir manteniendo –junto con su foto y su nombre completo– esas inoportunas palabras que dejan en evidencia la catadura moral de quien se esconde tras ellas.

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