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El ‘pucherazo’ y los caciques (II)

● Ibañeza.es ►Lunes, 19 de diciembre de 2016 a las 8:40 Comentarios desactivados


En cuanto a las trampas que los caciques urdían para conseguir los votos, iban desde la simple y sencilla compra, al saco de cebada que por cada voto conseguido ofrecía en 1921 el senador por la provincia de León y diputado a Cortes por el distrito de Sahagún Juan Barriobero Armas Ortuño y Fernández de Arteaga (barón de Río Tovía, casado en 1919 con María Josefa Pérez de Soto Vallejo, viuda superviviente del naufragio del Titanic), o a las añagazas al parecer también utilizadas en la comarca bañezana de mercarlos a cambio de media peseta o de una sola alpargata; la otra o el resto del billete los entregaba el cacique después de la constatación de habérsele votado, o a la captación de votos, a la antigua usanza, mediante la entrega a los electores de vales de comida que se denuncia desde las páginas del semanario Yunque de Lugo en junio de 1931. De otras artimañas puestas en juego por los llamados muñidores de los caciques nos ilustra las utilizadas por Genaro Blanco y Blanco (“Genarín”, el santo laico de aquel León humilde y viejo de los finales de los veinte con sabor y regusto aún a pueblo grande) en beneficio del diputado conservador y maurista Bernardo Zapico Menéndez, que lo fue a Cortes por León de 1919 a 1923, consistentes en “hablar bien en público de su patrocinado durante la campaña electoral, espiar a los candidatos rivales y reventar sus mítines, y comprar para él los votos de los convecinos invitándoles a merendar escabeche y huevos fritos”.

A tales o parecidos manejos se alude y de ellos se hace chanza en los números 4 y 14 de el mensual bañezano El Jaleo, del 1 de marzo y del 6 de diciembre de 1914, con los versos -¿No vas a votar, mujer? / -¿Yo a votar? Sería bueno / Los hombres son los que votan. / – Y los niños y los muertos, y con un satírico anuncio que da cuenta de que “se venden Votos para elecciones a diputados a Cortes, provinciales y de concejales”, y a las frecuentes mudanzas de ideología y de facción, al abundante transfuguismo de los políticos de la época, señalando el trueque de los ayer conservadores de Valencia de Don Juan en liberales merinistas hoy, y fustigando al que pasó de radical / a conservador maurista / siendo después socialista / y al presente liberal, prácticas que continuaron produciéndose también en los tiempos siguientes.

Era el pucherazo otro de los métodos de manipulación electoral usados principalmente durante el periodo de la Restauración borbónica para permitir el turnismo, la alternancia pactada previamente entre el Partido Liberal y el Partido Conservador, dentro del modelo caciquil de dominación política local (sobre todo en las zonas rurales y las ciudades pequeñas). Fraude por antonomasia, para llevar a cabo la maniobra se guardaban papeletas de votación (por ejemplo en pucheros; de ahí la popular denominación), y se añadían o se sustraían de la urna  electoral a conveniencia para el resultado deseado (se hizo por los cargos municipales sagastinos de La Pola de Gordón en diciembre de 1880, y también en las elecciones locales de 1893 en Laguna de Negrillos). Otros métodos consistían en la colocación de las urnas en lugares de imposible o difícil acceso para los opositores o el amaño de las votaciones con lázaros (votos de fallecidos que, al menos sobre el papel, resucitaban como el de los Evangelios) y cuneros (electores que se inscribían irregularmente en una circunscripción que no les correspondía).

Empañaban también la pureza del sistema electoral el control del Congreso para repartir actas de diputados, un procedimiento que incluía el encasillado o selección de los candidatos concertados para ocupar los puestos a elegir por las circunscripciones más adecuadas entre las de libre disposición del gobierno, que se aseguraba así la elección de sus amigos, y la capacidad de interferencia de los ayuntamientos en el censo electoral y en las votaciones, sobre todo a través de las Juntas Electorales y de Escrutinio del Partido. Una de las formas de falsificación más utilizada consistía, por ello, en alterar el contenido del censo electoral (en “adobarlo”), incluyendo en él a personas que no debían estar y excluyendo a otras que legalmente poseían derecho al voto, falsificación en la que jugaba un primordial papel la justicia municipal como instrumento de manipulación y control de las poblaciones por los caciques y los conservadores locales. Gerald Brenan describe así en El Laberinto español la confección de alguno de aquellos censos:

…en tales listas figuraban únicamente aquéllos electores a quienes se suponía habían de apoyar a los candidatos oficiales, y si su número era insuficiente, se repetían los mismos nombres una y otra vez. Hasta los muertos eran conjurados en sus tumbas y, en una ocasión, un cementerio entero, setecientos muertos en total, dio su voto, resultando edificante ver que aunque en vida estos setecientos votantes habían sido absolutamente analfabetos, todos ellos habían aprendido a leer y escribir después de muertos…

Tales manipulaciones, y otras, como dividir y subdividir el distrito modificando las cabeceras de sección para llevarlas a los pueblos más proclives a un candidato (fraude realizado en las elecciones de febrero de 1840, lo que motivó el abandono de los diputados leoneses burlados Santiago Alonso Cordero, Pascual Baeza, y Miguel Antonio Camacho) se explican porque las Juntas municipales del censo, elegidas por bienios, estaban en manos de las oligarquías, las cuales al dictado de sus intereses no dudaban en falsificar los padrones siempre que lo creyeran necesario.

El control sobre los electores de los notables locales y la corrupción del sistema dificulta tanto la lucha a los candidatos de oposición que éstos se retraen y dejan el campo libre a los aspirantes del gobierno. Son frecuentes los sobornos, las invenciones para el desprestigio de los oponentes, las amenazas, los excesos de autoridad, el ejército de agentes y delegados gubernativos recorriendo los pueblos en días de elecciones arrancando votos con dádivas de grano, vino o bacalao, y promesas que nunca se cumplían (el liberal Pío Gullón Iglesias sellaba en el distrito de Astorga elección tras elección idénticos compromisos de proveer campanas para iglesias o mazapanes de Toledo para rifas), y la suplantación de firmas en las actas del escrutinio. O métodos más expeditivos: informa El Campeón el 14 de abril de 1886 de que el juez de La Bañeza puso en libertad unos días antes de las elecciones últimas a un alcalde procesado por robo en cuadrilla; también excarceló por entonces a 14 presos, electores muchos de ellos, parientes y allegados otros de gente con voto. Además, prendió el viernes antes de la votación al guarda mayor de los montes del duque de Uceda y al alcalde de barrio de Destriana, que eran amigos del candidato de oposición, aunque la prisión no fue muy larga, poniéndolos en libertad el día 4 de abril, domingo, después del escrutinio.

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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