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Gaudí y la alfarería jiminiega (II)

● IBAÑEZA.ES ►Lunes, 19 de junio de 2017 a las 8:03 Comentarios desactivados


Antonio Gaudí era un artista completo que, como tal, diseñaba e intervenía incluso en los más pequeños detalles de sus proyectos. Por ello pasaba muchas horas supervisando y modificando sus trabajos en los talleres de los artesanos colaboradores. Y así debió también de manejarse en el encargo del palacio episcopal astorgano cuyo avance seguía por fotografías y viajando frecuentemente a Astorga, donde era mal recibido por las fuerzas vivas de la ciudad y muy bien acogido por el obispo Grau, quedándose varios meses para seleccionar materiales de la zona, como tenía por costumbre, así como para contratar a los diversos artesanos que habrían de participar en la obra: herreros, carpinteros, forjadores, hojalateros, albañiles, ceramistas, o canteros (“uno de los que participaron, Yanutolo, falleció el 26 de diciembre de 1893 en Santa Colomba de Maragatería al caerle accidentalmente una piedra encima cuando dirigía una obra contratada en este pueblo”, informaba entonces La Provincia). Después de puesta la primera piedra se quedó más de dos meses; en su aposento del Seminario rehízo los planos, y recorrió prácticamente toda la diócesis, buscando canteras de granito, arenales, cal, yeso, pizarra, madera, cerámica, ladrillos, etc. Quería que los trabajos del palacio contribuyeran al levantamiento económico del país en el que se asentaba, y por ello escogió los materiales para que sólo se tuvieran que traer de Cataluña los mínimos indispensables, contando también para su obra con los vidrieros maragatos y los pizarreros cabreireses.

Visitó Astorga por vez primera en diciembre de 1888 para conocer el solar y el ambiente arquitectónico, decidiendo reformar el anterior proyecto, y por segunda en junio de 1889, y lo decepcionó la urbe con la hostilidad de su Cabildo, y toda la comarca, sumida en un subdesarrollo muy patente. Volvió tres veces en el siguiente año, en primavera, en verano, y a su final. Al repentino fallecimiento del obispo Grau en tierras zamoranas Gaudí se encontraba en Astorga dirigiendo a pie de obra su palacio, y enterrado aquél en el sencillo, singular e incomparable mausoleo que también el genial arquitecto diseñó para sus restos en la catedral, con su equipo y con gran alegría de casi todos quienes habitaban aquella ciudad levítica de poco más de 5.500 habitantes, amurallada y de calles empedradas, hubo de volverse a Cataluña desde León, que con sus casi 13.500 almas le había parecido a su llegada “una ciudad venida a menos, encerrada tras sus murallas y medieval aún, triste y afeada por sus casas ennegrecidas y sus calles mal pavimentadas, por las que deambulaban muchos indigentes”.

El alfar-museo de Jiménez de Jamuz preparó las piezas para la restauración del Palacio Episcopal de Astorga con los moldes originales diseñados por Gaudí.

Debió de contribuir sin duda su elección a impulsar las economías familiares de los alfareros de nuestro pueblo, con los que habría contactado en alguno de aquellos recorridos y con quienes en ellos trataría los detalles de todo tipo y las modificaciones del artista en aquella alfarería secular que cristalizaron más tarde en la inclusión de sus creaciones subrayando al más puro estilo mudéjar la obra del maestro como motivos decorativos en arcos de puertas y en nervaturas de bóvedas. Bastantes debieron de ser los artífices que participaron del encargo -Cándido Pastor Fernández, mi bisabuelo paterno, habría sido el principal y quien más ladrillos al parecer suministró, y diversas las familias alfareras que elaboraron aquellas piezas de variadas formas, vidriadas y con los tradicionales dibujos a la cal las más, y otras a lo basto, sin vidriar, en los moldes de madera recubiertos con latón bronceado (catorce al menos, diseñados por Gaudí para la hechura de aquellos adornos) que aún quedan, con remanentes de aquella producción, en los desvanes de algunas casas de antiguos artesanos, y depositados varios en el Alfar-Museo del lugar, en el que todavía, en el año 2002 y con ocasión del centenario del arquitecto, han sido las hormas de nuevo utilizadas como entonces: introduciendo la arcilla en ellas y después del vaciado y el secado pintando los segmentos con cal y con dibujos característicos (el ramo, la mano, el peine, el gallo, la mariposa, la hoja, etc.) antes del vidriado, menesteres ambos realizados como algunos otros en exclusividad por las mujeres, el del pintado con la preceptiva pluma del ala derecha de una gallina. Finalmente se cocían en los hornos mozárabes de tiro superior en los que como combustible se arrojaban las urces y las jaras del monte bajo de diversos lugares de la comarca de Valdejamuz como Torneros o Tabuyo.

En la elegante mansión episcopal, adornan las piezas jiminiegas los nervios de las bóvedas de crucería de las salas de la planta baja y de la planta noble, vidriadas y decoradas en algunas y en otras sin vidriar, de manera que es la cerámica del pueblo de Jiménez de Jamuz el elemento decorativo principal de su interior. Gaudí alumbró la idea genial de utilizar este producto, conjugando con el gusto y acierto que sólo a él tocaba la majestuosidad de un palacio con la sencillez y sobriedad de nuestra alfarería popular. Por cierto, en aquel edificio entonces inhabitado y sin uso se pretendió en el periodo inicial de la Segunda República (a mediados de 1933) emplazar el Instituto de Segunda Enseñanza que entonces se solicitaba para Astorga- al que se opusieron los oligarcas de la ciudad por considerar que resultaba suficiente el Seminario-, lo que hubieron de desechar los promotores de tal iniciativa al encontrarse con la negativa del obispo Antonio Senso Lázaro (que iniciaba justo entonces reparaciones y la instalación de luz eléctrica en el mismo después de muchos años de abandono, y ante la que se iniciaron las gestiones –que los posteriores cambios políticos harían inviables- para pedir su incautación al ministerio de Justicia), el mismo prelado que en el verano de 1936 lo cedería gustoso a la Falange, que lo usó como cuartel y lugar de detención, según señala El Pensamiento Astorgano del 22 de agosto de aquel año.

Tal vez inspirados por la elección del genio, también en La Bañeza fue después “adornado el artístico edificio que albergaba los obradores de la confitería la Dulce Alianza con ladrillos y remates de la fina y arábiga cerámica de Jiménez de Jamuz decorados con los estilizados trazos amarillos y barnizados con su melo cristalino y peculiar”.

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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