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La insurrección de octubre del 34 en León (donde no se adelantó)

● Ibañeza.es ►Lunes, 14 de octubre de 2019 a las 8:07 Comentarios desactivados


Aquel mismo Tribunal, por exhorto del juzgado de Instrucción de Astorga, encausaba el 12 de octubre por coacción a Eugenio Sierra Fernández, de 39 años, casado, tipógrafo, residente desde principios de 1931 en La Bañeza, a donde se había desplazado con su familia desde Astorga, “destacado como directivo de la UGT y organizador de conflictos obreros y huelgas”. Apresado para ser después absuelto, dada la fecha y el lugar de su encausamiento es posible que su proceso y detención no tuvieran relación con la huelga general de octubre y si con hechos anteriores, acaso de propaganda antibélica y opuesta a las recientes maniobras militares, aunque todo parece apuntar a que su detención en Astorga en la noche del 5 al 6 de octubre, en compañía de los hermanos Rafael y José Fuertes Martínez (era en abril de aquel año 1934 director de El Combate -que ya no se publicará desde el 6 de octubre hasta el inicio de enero de 1936-, y su administrador en julio, cuando en un bautismo laico nombra a su hijo como Helios), más bien lo habría sido por encontrarse preparando allí el paro del siguiente día, en aquellas clandestinas reuniones en las que se detuvo a numerosos astorganos. Ya el día 13 llegarán a Astorga más de un centenar de revoltosos de las cuencas asturianas, hechos prisioneros y encarcelados en el cuartel de Santocildes, y también diez revolucionarios heridos, de los que dos fallecían y el resto era ingresado en el Hospital Militar de San Juan Bautista.

En Alija de los Melones, según narraba el 3 de noviembre El Adelanto, “vecinos en número de 200, al enterarse de que en La Bañeza se había suspendido el mercado por los revolucionarios, y de que estos seguían amenazando, se dispusieron a la defensa constituyéndose en milicia al lado de la autoridad. Los demás pueblos no secundaron la patriótica iniciativa, sin duda por desconocer lo que ocurría. El guardia civil de este pueblo, Octavio Valera Alija, padre de cuatro hijos, fue muerto en un tiroteo con los rebeldes de Sama de Langreo”.

En Destriana (decía entonces el mismo semanario) “toca a su fin la siembra del centeno, que ha venido retrasada por circunstancias como el poco surtido de abonos minerales en los almacenes, que no han llegado a tiempo por motivo de los fracasados intentos sediciosos. Aquí, aunque no hemos visto nada de lo ocurrido en otros lugares, también sufrimos las consecuencias”.

Volviendo a lo sucedido en la capital leonesa, lo que en ella no se dio, contra lo que erróneamente han venido señalando algunos autores, fue el adelantamiento de la insurrección en unas horas (bastantes: casi un día y medio), la anticipación el 4 de octubre a la revuelta general por soldados del Regimiento de Infantería Burgos 36, un equívoco seguramente producido por la cercanía de las fechas en las que en 1935 son juzgados algunos militares leoneses que el año anterior habían participado en sendas sediciones, que se dan por conexas pero que no lo fueron:

Un Consejo de Guerra juzga el 31 de agosto y el 1 y 2 de septiembre en el Palacio de la Diputación los sucesos del aeródromo en la noche del 5 al 6 de octubre de 1934, en los que un grupo de 18 soldados, además del cocinero de una cantina de la base (socialistas, anarquistas y otros revolucionarios, “entre los que no se contaban comunistas, pues no los había en aquel campo de aviación”), con la pasividad de su comandante, Ricardo de la Puente Baamonde, y la complicidad del capitán Núñez (a quien la acusación considera extremista y caracterizado masón) y el sargento Velasco, descerrajaron los armeros arrebatando las armas y municiones y trataron de impedir la salida para Asturias de las escuadrillas de aviones que por orden del Gobierno habrían de practicar reconocimientos primero y bombardear después. Algunos de aquellos soldados se negaron a llevar bombas a los aparatos y otros cortaron los cables de la luz, por lo que a las doce de la noche hubo en la base tres apagones (la señal convenida para su asalto), supliendo la carencia de iluminación con el alumbrado de los coches que se hicieron extraer de las cocheras. En la primera salida de los aparatos para Asturias regresaron sin haber hecho uso de las bombas, y no se utilizaron los aviones que mayor rendimiento podían dar. Tampoco se ordenó que los aeroplanos llevaran ametralladoras, y se mantendrá en la vista (según El Diario de León) que se hizo así “por no ser de reglamento”.

Otro Consejo de Guerra, diferente, celebrado en este caso en el Hogar del Soldado del Cuartel del Cid, se ocupa el 3 de septiembre de 1935 de juzgar lo sucedido no el día 4 de octubre de 1934 (“horas antes de que estallara la insurrección”, como inexactamente apuntan ciertas fuentes), sino el 4 de mayo de dicho año, cuando ocho cabos y otros tantos soldados del Regimiento de Infantería Burgos 36 que guarnece aquel cuartel se alzan en sedición negándose a comer el rancho de la cena (se pedirán penas de muerte para cuatro y para los restantes largas condenas de prisión). El plante, acordado ya dos días antes, se había realizado cuando estaba “de cuartel” el capitán Eduardo Rodríguez Calleja como protesta ante la actitud hostil de algunos oficiales (de ella se pretendería informar en un escrito enviado al Heraldo de Madrid) y fue “instigado por elementos perturbadores pertenecientes a partidos extremistas, a los que se ocuparía hojas subversivas de las organizaciones comunistas, anarquistas y sindicalistas contrarias a las fuerzas armadas, panfletos clandestinos que se refieren a oficiales fascistas que persiguen a los soldados amigos del proletariado; a su pretensión de lograr la desaparición de los focos y camarillas de mandos rebeldes de los cuarteles; a las células socialistas, comunistas y revolucionarias que existen en este Regimiento; al coronel Vicente Lafuente Lafuente-Baletzena (que lo rige, y al que califican de fatídico); y al capitán Juan Rodríguez Lozano, a quien alaban”. Se impusieron a doce de los revoltosos penas de cárcel entre los veinte y los dos años, que cumplirían en el duro presidio de Mahón.

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras localidades provinciales -León y Astorga-, de 1808 a 1936), publicado en 2013 en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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