No hay campaña que se precie sin el consabido presente. Si el partido “X” se gasta mucho dinero lo tildamos de derrochador, si se gasta poco de tacaño. El votante a veces es tan difícil de complacer que los directores de márketing tienen que hacer malabares pensando en ese regalo que guste a todos y que no suponga un desembolso que grave en exceso la siempre maltrecha economía de los aspirantes a alcalde de pueblo.
Aunque no fumemos nos lanzamos de lleno a recoger ese encendedor que un amable candidato nos ofrece con el logo de su partido. No lo vamos a votar, ni siquiera nos atreveremos a sacarlo en público, porque nos avergonzaremos ante nuestras amistades de tener algún tipo de contacto con el partido “X”, pero nos metemos al bolsillo el mechero y cuantos nos den, sin pensar en que hay alguna persona que orgullosa lo mostraría en público y que se lo merece mucho más… Miserias del ser humano…
Estas fechas suponen un amasijo de partidos políticos que, con su altavoz correspondiente, se recorren la geografía española captando ese voto indeciso que, no siempre se vende por un regalo. En una esquina reparten bolígrafos, en la otra viseras, en la de más allá un folleto que nos puede servir para improvisar un abanico y hacer frente al calor, una bandera, un delantal o cualquier chuminada que nos regalen, aunque a la hora de la verdad no sirva para nada o acabe tirado en la primera papelera que encontremos.
Está claro que sólo tenemos un voto, pero suele estar más disputado que el del famoso personaje de Delibes. Los candidatos lo saben y por eso intentan ser originales, aunque en alguna ocasión se les vaya la mano… Ellos intentan ser amables y ofrecernos aquello que tienen; hay que tener en cuenta que se han gastado un dinero y no pueden ir ofreciendo un Mont Blanc a cada votante, pero cada uno de nosotros tiene en su mente eso de: ¿qué me regalas a cambio de mi voto?
El número de regalos casi nunca suele coincidir con las papeletas depositadas en la urna, pero ya cuentan con ello y sólo les queda confiar en la providencia que llega un domingo, de la mano de unas cifras que no siempre gustan. Nunca lo sabrán, pensarán en los detalles que llevaban escrita con tinta invisible la palabra “vótame”. Pero ellos intentarán llegar más allá aunque muchas veces se tengan que conformar con esa promesa de voto que creyeron encontrar más allá de nuestra sonrisa amable al recoger el presente.
