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“Poned en vuestras manos un verso de Colinas”

● Ibañeza.es ►Jueves, 21 de abril de 2011 a las 15:41 Comentarios desactivados


Hace casi dos meses que llegó a mis manos la “Obra poética completa” de Antonio Colinas que ha editado Siruela. Este artículo tendría que haberlo escrito entonces  pero estos últimos tiempos han estado llenos de carnavales, museos, teatros y otros vaivenes que han desviado mi atención y si a eso le unimos la gran cantidad de comentarios a esta obra por grandes especialistas, aparecidos en todos los medios nacionales y provinciales, he preferido esperar para hacer mi comentario personal a la misma.

Portada de la publicación.

Es la sexta o séptima vez que Antonio reúne su obra poética en una antología, muchas de ellas aparecidas con el nombre genérico de “el río de la sombra”, que se han ido agotando progresivamente a medida que engordaban su tamaño, pero es ésta que aparece ahora editada por Siruela la que parece que tiene la intención de cerrar el círculo. No es que Antonio vaya a dejar de escribir poesía, pero si así fuera, esta obra sería un trabajo poético completo. Tengo en la mano el libro con la portada en blanco y negro donde aparece un retrato de Simonetta Vespuci, de Sandro Botticelli, con 967 páginas de fino papel que forman un grueso y bello tomo que incluye un libro inédito, “El laberinto invisible”, y un texto del propio autor donde analiza las claves de su poesía desde dentro.

Yo no pretendo analizar su obra, para eso están los grandes especialistas, incluso hay varias tesis doctorales, ni tampoco realizar un comentario informativo, la obra ha sido editada  por una importante editorial que ya dispone de los vehículos de promoción necesarios. Yo tengo el libro en las manos y pretendo transmitiros esa sensación. A medida que lo ojeo van apareciendo poemas que me han marcado o que he sentido muy cerca por el conocimiento directo y la amistad del poeta. Aquellos “Poemas de la Tierra y de la Sangre” donde aparece Riberas del Órbigo que se convirtió en canción en manos de Sara Santos y en libro de fotografías en el objetivo de Raigada. La puesta en escena de “La Última Noche” en el Teatro Pérez Alonso, donde David Hoyland puso música a cinco poemas de Antonio representados en mis cinco lunas. Los poemas que hemos disfrutado en primicia en esas excursiones durante los cursos de la Universidad de León que, durante cinco años, dirigió magistralmente Luis Carnicero. Poemas leídos de primera mano por Antonio, escritos en una simple cuartilla al pie de las míticas piedras del Castro de las Labradas  que a Matilde, mi amiga psiquiatra, le parecía maravilloso encontrarlos después en los libros y haber tenido el privilegio de escucharlos en el lugar adecuado.

La obra de Antonio ha ido creciendo con nosotros,  la hemos visto avanzar a medida que los libros ocupaban un sitio en el estante de nuestra biblioteca y ahora, toda su poesía,  la tengo entre mis manos y juego a buscar poemas. Esos poemas cercanos de ese noroeste del que partió y al que vuelve, después de su etapa italiana, su exilio voluntario en el mediterráneo, su llegada a Salamanca a vivir entre esas piedras sabias o su vuelta a La Bañeza y a su “casa de los inviernos de oro” en Fuente Encalada. Su obra viaja en el espacio y en el tiempo, nos llega cercana o nos acerca a lo distante, se viste de compromiso ecológico y es valedora ante otras culturas milenarias y distintas.

Este libro debe estar en nuestras casas para acudir a sus poemas cuando sea necesario revalorizar estas tierras, conocer el mundo clásico que impregna su etapa italiana, vivir otras culturas o aprender que Salamanca es también suya y nuestra.  Debemos conocer su luz y su crujido,  su cotidianidad y su universalidad. Cuando pensemos que la cultura no es un esnobismo sino una forma de vida.

Podría citar muchos de los poemas, pero prefiero jugar con el azar y para terminar este alegato en favor de la poesía de nuestro paisano universal. Abro el libro sin mirar: aparece el canto X de “Noche más allá de la noche”, cuando un legionario muere en estas tierras nuestras mientras Virgilio, el gran poeta, muere en Bríndisi. Me vais a permitir que me despida con los últimos versos de este hermoso canto:

“No quiero que me entierren bajo un cielo de lodo,

que estas sierras tan hoscas calcinen mi memoria.

Dioses míos: cómo odio la guerra mientras siento

gotear en la nieve mi sangre enamorada.”

Al fin, cae la cabeza hacia un lado, y sus ojos

se clavan en los ojos de otro herido que escucha:

“Grabad sobre mi tumba un verso de Virgilio”.

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