En septiembre de 1899 se declaró definitivamente ruinosa la vieja Casa Consistorial y se trasladaron sus oficinas a las escuelas públicas de la plaza de la Cruz Dorada creadas hacía un lustro, para iniciar al año siguiente la construcción de la actual, que se remataría en 1907, aunque se inauguraba dos años más tarde. Sobre el solar y los edificios ocupados por el Regimiento (Ayuntamiento) bañezano se habían ido acumulando desde los siglos XVI y XVII bastantes obras y reformas, hasta aquellas que diseñaron y ejecutaron el que aún se mantiene, entre clásico y moderno, en el vértice de las antiguas calles del Vino y de la Fuente, nombrada desde 1906 de Manuel Diz en honor del autor del proyecto del Puente de Requejo, inaugurado en mayo de aquel año, como se nombró en 1907 de Pérez Crespo la que hasta entonces había sido calle del Reloj, en la que se demolieron antes el arco que lo sustentaba y en junio de 1904 por el relojero local Francisco Freire (se había tomado el acuerdo en 1900) la torre, que invadía la calzada y a la que se había adosado en la parte que daba a la otra calle un banco o potro para herrar el ganado.
Ya en 1895 el entonces alcalde Darío de Mata Rodríguez se había dirigido a los arquitectos Francisco Blanch y Pons (que lo era de la Diputación provincial), Juan Crisóstomo Torbado Flórez (arquitecto diocesano), y Juan Bautista Lázaro de Diego pidiéndoles presupuesto de elaboración de planos para la construcción de una nueva Casa Consistorial en La Bañeza, haciéndoles saber que “el municipio anda bastante escaso de recursos y por ello desea la mayor economía”. Los tres se mostrarán dispuestos a ocuparse del proyecto, ofreciendo el primero hacerlo a título particular, cobrando la mitad de los honorarios que son habituales (que se doblan cuando se trata de trazados de edificios públicos), o bien como arquitecto provincial, en cuyo caso se le abonarían tan solo las dietas devengadas pero habría de esperar la corporación bañezana su turno y a que antes realizara los encargos de otros ayuntamientos que previamente los solicitaron y que están ya comprometidos, mientras responde el último (en carta con membrete de Construcciones Civiles y como arquitecto jefe de la zona del noroeste) estar dispuesto a realizarlo sin cobrar honorarios siempre que el Ayuntamiento lo indemnice de los gastos materiales que le conlleve hacerlo (“que podrán ascender a 150 ó 200 pesetas, si se necesitasen, como cree, dos ejemplares completos”). En cuatro o seis meses podría servirles el proyecto si le envían plano o croquis acotado del solar, pero esto no evitará que haya de desplazarse para verlo, “pues deseo evitar lo que pasó cuando el cementerio, que mandándome el croquis y hecho el plano con arreglo a sus datos, supe después por el contratista que las rasantes eran inexactas y dio lugar a dificultades que por conveniencia de todos es recomendable evitar”, les manifiesta.
En febrero de 1901 cuenta el Ayuntamiento bañezano con un proyecto que firma el arquitecto Arsenio Alonso Ibáñez (a quien acompaña como ayudante Rogelio Cañas, maestro de obras e ingeniero; el segundo hizo los planos de la iglesia de San Esteban de Nogales –inaugurada en 1896- que el primero firmaría) y que contempla la construcción del Consistorio en tres fases y a cargo de los contratistas Domingo Vázquez y Ángel Fernández Franco. Aquel mismo año se iniciaba la segunda de ellas (sacada a subasta el 27 de febrero), habiendo actuado como contratista también antes Marcial García Guerrero, que continuaba en 1902, cuando en diciembre observa el arquitecto deficiencias en la edificación en marcha de la torre, que presenta aspecto ruinoso, cursándose entonces órdenes del Ayuntamiento al contratista para que la demuela (lo que se comenzará a realizar el 27 de aquel mes, durando su derribo hasta el 8 de febrero del siguiente año) y recibiendo oficios sobre el reconocimiento técnico de la misma tanto del Consistorio de León como del Gobierno Civil, al que por telegrama y con urgencia se había solicitado su inmediato examen por el arquitecto municipal de la capital de la provincia. En 1903 el arquitecto Arsenio Alonso elabora un expediente descriptivo de la obra realizada y determina no volver a repetir el elevado minarete proyectado, después de que un grupo de diez jornaleros se hayan encargado de la demolición completa de la torre derruida (por la que se les abona la cantidad total de 483,85 pesetas a Juan García, José y Benito Botas, Joaquín Santos, Manuel Raigada Ferrero, Domingo y Manuel Domínguez, Pablo González, Eugenio Lobato, y Urbano Alonso Fernández), produciéndose en agosto una denuncia del contratista Ángel Fernández Franco, que pleiteará con el Ayuntamiento bañezano por no cobrar la cantidad estipulada al no haber terminado la obra en el plazo previamente fijado, un asunto de impago que aún los enfrenta en 1904 y 1905, cuando se produce la solicitud de dimisión del contratista, y que se sustanciará entre dictámenes de los abogados Eumenio Alonso González y Elías Tagarro, contenciosos entablados por el acreedor y los deudores, y resoluciones del gobernador civil que ordenan el pago de la certificación de la obra cursada.
Se había encargado a un hijo del arquitecto, Emiliano Alonso, como perito práctico en la inspección del derribo de lo edificado y el reconocimiento de los materiales, de la que presentaba en nombre de su padre su informe el 4 de febrero de 1903 señalando algunas deficiencias constructivas que han hecho que los muros se resientan en exceso del peso de la torre, hurtando en algunas zonas “ladrillos por cascajo”, y usando un mortero de cal común bastante malo, con una mezcla de por lo menos cuatro partes de arena por una de cal (cuando la proporción debía de ser de dos a uno), siendo, dice, “esta la mierda que han empleado para el asiento de la fábrica de ladrillo”.
A primeros de abril de 1905 un numeroso grupo de vecinos dirige una instancia al Consistorio bañezano indicando que desde que desapareció la Torre llamada del Reloj y este, la necesidad de colocarlo nuevamente ya sea en el edificio construido para Casa Consistorial, con el armazón de hierro cuyo proyecto se dice existe, ya sea en otra parte, es una necesidad imperiosa y urgente que se deja sentir en todo el pueblo, no solo porque sin él carece de hora oficial, necesaria para todo trabajador y patrono y porque seguramente se destruirá por la acción del tiempo la maquinaria, o por lo menos quedará inservible de seguir así, sino por otras mil razones que al Ayuntamiento no se le pueden ocultar; y como entre las obras anunciadas a subasta, cuya necesidad y bondad no desconocemos, no lo ha sido esta que de necesidad es, suplicamos al Ayuntamiento ya sea por subasta o administración acuerde la colocación del Reloj llamado de la Villa en el edificio construido para Consistorio o en el punto que más conveniente crea, por ser una necesidad hacerlo así y de justicia.
Seguramente esa “otra parte” en la que se colocaría entonces aquel reloj fuera uno de los huecos de las campanas de la torre de la Iglesia de Santa María, provista aún del romo tejadillo que había sustituido a la esbelta cúpula perdida años atrás en el incendio, antes de que se iniciara el inconcluso añadido vertical que le daría el aspecto que hoy presenta (también en la torre eclesial aumentada en altura se mantuvo un tiempo aquel reloj), según muestran algunas fotografías de la época. Parece que el proyecto al que los vecinos aludían no se llegaría a realizar, y de haberse materializado hubiera tal vez coronado durante algunos años (posiblemente entre aquellas fechas de 1905 y las del inicio de la construcción de su última fase en 1909) un torreón metálico el inacabado edificio del ayuntamiento bañezano, a semejanza quizá del que ostentaba en el centro de su fachada el de Valencia de Don Juan, pero lo que si nos descubren otras placas fotográficas es la existencia en la bañezana Plaza Mayor, al lado del templete y en un tiempo posterior al del remate de la Casa Consistorial, de una elevada torreta metálica que sostiene una especie de amplia plataforma cubierta por tejado que termina en estilizada aguja, de parecida hechura a la que en los años 20, y posiblemente soportando antenas radiotelegráficas, se alzaba en la leonesa Plaza de Santo Domingo, y ya antes, en torno a 1900, en la astorgana del Obispo Alcolea.
Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)