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En memoria de los asesinados en 1936 en el puente de Valimbre

● Ibañeza.es ►Lunes, 25 de febrero de 2019 a las 8:01 Comentarios desactivados


“Destrozan el memorial en recuerdo de los republicanos fusilados en el puente de Valimbre”
23 de febrero de 2019.
(El fascismo se cura leyendo)

Cuarenta cadáveres de paseados aparecerían en parajes del contorno de Astorga en el tiempo que va del final de julio a diciembre de 1936, al menos 19 de ellos en los montes de Estébanez desde octubre hasta acabar el año, de los primeros en este frecuentado lugar de ajusticiamiento los de tres desconocidos miembros de las milicias nacionales, seguramente castigados ellos mismos con la muerte por haberse extralimitado en la aplicación de la represión encomendada (uno falangista vallisoletano –la marca JONS Valladolid se muestra en su ropa interior-, y portaban los otros dos en la solapa de la americana sendas insignias con los colores de la bandera monárquica), a los que seguirían varios vecinos de Valderas y otros muchos, además de los que se irían hallando en los primeros meses de 1937, el de un hombre en las cercanías de San Justo de la Vega, otro cadáver -bastante descompuesto- en el monte de Castrillo de los Polvazares, y uno más en las inmediaciones de Villavante, este identificado como el de un astorgano con domicilio en la calle del Postigo.

Al igual que en San Marcos de León, en el cuartel de la Guardia Civil de Astorga se cometían las más execrables y refinadas torturas con quienes de madrugada eran sacados y asesinados sin piedad en algún camino o descampado más o menos cercano, como se haría con los tres hermanos Fuertes Martínez y con José Herrero, eliminado este dejando desamparados a su viuda y a sus cinco hijos de corta edad, parecido abandono e indefensión en el que quedaban los deudos de los seis ejecutados en diferentes fechas de los meses de agosto y septiembre de 1936 en Castrillo de las Piedras al lado del puente de Valimbre, tal vez arrancado alguno de su cautiverio en el Cuartel de Santocildes (además de estos lugares y la Prisión de Partido, lo eran de detención en la ciudad maragata los locales de Falange, el Requeté, la JAP, y las Milicias Ciudadanas).

El 23 de agosto, a las cinco de la tarde, en el kilómetro 321 de la carretera Madrid-Coruña el primero, “un hombre desconocido, de unos 30 años de edad, que viste traje de corte y botas negras de cuero” (más tarde identificado como Amancio Sarmiento Alonso, casado, vecino de Noceda del Bierzo y maestro nacional en el mismo pueblo). Otro de unos 60 años un kilómetro antes a las cuatro de la tarde del 12 de septiembre, vistiendo botas negras y traje de pana. En el mismo punto y a la misma hora tres días después uno más, de unos 65 años, con traje de corte negro, sombrero, y botas negras (al que identifican en noviembre de 1940 como Ernesto de Paz Guisasola). Al siguiente día 16, a las once de la mañana en El Val, a la altura del kilómetro 318, dos desconocidos, de unos 45 años el uno, vistiendo traje de corte azul y zapatos negros, y el otro, que viste chaqueta de gabardina negra, pantalón de tela rayada, y alpargatas color café, de unos 30 años, sepultados ambos en el cementerio de Castrillo y que, “aparecidos en la cuneta y encontrados por las gentes cuando se dirigían a Astorga”, resultarían ser los bercianos José Villar Sobrín y Agustín Alonso Jambrina, maestro de la cría del gusano de seda en San Román de Bembibre. Pasada una semana, de nuevo en el punto kilométrico 320, término de Cuevas, era hallado a las ocho de la mañana el cadáver de un desconocido joven de unos 20 años, que vestía pantalón de corte color chocolate y alpargatas blancas y que se enterraba en el cementerio de aquella pedanía del municipio de Valderrey, al igual que ya se hiciera con los tres primeros que se hallaron.

Los trajes de los infelices asesinados a la vista del vetusto puente de Valimbre sobre el río Turienzo (“que no eran de hombres de campo; más bien parecían de personas significadas”) se guardaron durante muchos años en un trastero de la iglesia de Castrillo, junto a las andas de los pasos y los santos, para ayudar a identificarlos por si por allí pasaban sus familiares, y tal vez sirvieran para ponerles nombre luego a alguno de ellos, aunque no se consiguiera hacerlo con el primero y el último.

La filiación del paseado el 23 de septiembre de 1936 no vino a desvelarse hasta hace menos de dos años, y se logró por el empeño de Miguel Ángel Núñez Martínez en conocer el destino de su tío político Toribio Alfayate González, nacido en Santa Colomba de la Vega en junio de 1910 y maestro de 26 años, soltero, por entonces en Posada de Valdeón: él fue el último de aquella inmisericorde sucesión de ajusticiados. Formado en la Escuela Normal del Magisterio Primario de León en los cursos de 1930 a 1934, era nombrado a la mitad de febrero de 1935 maestro nacional interino para la escuela de niños de aquella villa (solicitaba en abril el mismo desempeño en cualquiera de la provincia), hospedándose en una pensión en Los Llanos, y de allí salía a la mitad de julio de aquel año para pasar con su familia sus vacaciones de verano, al igual que haría al año siguiente, 1936, pero participando este en León como maestro cursillista en los agitados y al final interrumpidos Cursillos del Magisterio Nacional, y seguramente en algunas de las movilizaciones, protestas, huelga y altercados que en ellos se vivieron, tornando después de aquellas fechas a la casa familiar en Santa Colomba para ayudar a sus padres labradores y sus otros cinco hermanos en las labores veraniegas.

Y en ello anduvo hasta que en la noche del 23 de septiembre fue sacado de casa por la Guardia Civil. Estaba acostado. Podía haber huido por la huerta trasera, pero no lo hizo (confiado, como tantos, en que nada anómalo había hecho ni había causado ningún mal, dice muchos años más tarde su primo José Alfayate García, también después maestro), y sin pasar por la cárcel ni por ningún otro lugar de reclusión de La Bañeza sería directamente conducido por la carretera Madrid-Coruña hasta el lugar de su martirio, seguido el vehículo que lo transportaba junto con sus matadores por Ángel, el mayor de sus hermanos, y por un tal Jacinto. En el kilómetro 320 era asesinado de varios disparos por el guardia civil Olegario Ferrero Barrio, y el oír las detonaciones en el pueblo de Cuevas era señal de que algunos de sus vecinos habrían de ir en la mañana a recoger de la cuneta los cuerpos de los infortunados. Así hizo con el de Toribio el presidente de la Junta vecinal, Anselmo, quien en un carro de bueyes lo trasladó al cementerio, en el fondo del cual lo enterraron después de desnudarlo de sus ropas y envolverlo en una sábana (como a los ejecutados anteriores; en el dobladillo de los pantalones aún tenía paja de las faenas de la era).

El maestro Toribio Alfayate González.

Según la versión de otra fuente familiar, Toribio Alfayate habría sido apresado brevemente en el Depósito Municipal bañezano tras su detención por la Guardia Civil, y de allí lo sacaría al alba el lumpen de origen portugués Irineo de Jesús Pereira “el Portu”, que se había hecho de Falange, para asesinarlo porque codiciaba apropiarse de la bicicleta nueva en la que el maestro se movía, un relato que resulta menos creíble si lo es el asentamiento de la defunción del portugués en el Registro Civil de La Bañeza el 19 de septiembre de 1936, tras haber sido muerto el día antes (también por militares y por actuar represivamente por su cuenta asesinando a un republicano de La Bañeza que, para evitar las represalias se había alistado en la Legión). Tras el paseo del maestro, algunos vecinos de Santa Colomba de la Vega habrían bloqueado con grandes piedras la desviación al pueblo desde la carretera de Madrid a La Coruña, tratando de evitar que en otros vehículos se sacara de su hogar a más personas.

Quienes sí parece que tuvieran algo que ver en el asesinato de Toribio fueron el viejo cacique del valle de Valdeón, Daniel Abascal González “el Pasiego”, jerarca de Falange en la zona y alcalde del municipio ejerciente desde Riaño todo el tiempo que hasta el 3 de septiembre de 1937 Posada de Valdeón fue republicano, y su denuncia del joven enseñante y lo que desde allí informara sobre él, con el que habían tenido al parecer enfrentamientos a cuenta de la aplicación de las vigentes disposiciones sobre laicidad en la escuela los dos párrocos que por el pueblo pasaron mientras él ejercía de maestro, don Fabio García y don Pedro Riaño Canal. Así, por la intervención del alcalde de Posada llegaría la orden de eliminar al docente, sin que nada hiciera o pudiera hacer para evitarlo Gonzalo García Montiel, desde aquel mes de septiembre de 1936 alcalde de Soto de la Vega, y sin que se opusiera el párroco de su propio pueblo, don Bienvenido Arias Pérez, cura de pistola al cinto y entusiasta de Falange.

Tomado de mi libro en preparación Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en León y sus tierras, próximo a publicarse en Ediciones del Lobo Sapiens. León. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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