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Alhajas para Doña Josefina

● IBAÑEZA.ES ►Domingo, 27 de marzo de 2011 a las 0:02 Comentarios desactivados


Por fin llegó el día tan esperado. Se abre el Museo de las Alhajas en la Vía de la Plata. Ya solo el nombre impone. Hay mucha expectación. Atrás quedan años de negociaciones, de obras, de dudas, de dificultades. Más de cuarenta años atesorando cada pieza, buscando y comprando cada joya; una, otra y otra, así hasta formar esta colección irrepetible.

La Casa de Doña Josefina se ha vestido de gala para albergar la colección de la Fundación Carvajal Cavero. María José Muñoz, la arquitecto, la ha vestido de azul y las piezas han buscado su sitio, una a una, en cada vitrina. Olga, Julio, Nieves, yo mismo, hemos colocado cada detalle en su sitio, conscientes de que esto es solo el inicio. A partir de ahora, hay que poner en valor estas alhajas, contar la historia de cada pieza, cotejar su iconografía, integrarlas en el mundo, después de tanto tiempo en la oscuridad del armario o de la caja fuerte de un banco.

A las doce llegaron las autoridades de todas las administraciones, el Estado y la Junta, la Diputación con Isabel Carrasco a la cabeza, orgullosa de su gran aportación y nuestro Alcalde, José Miguel Palazuelo, feliz de haber llevado a buen puerto esta empresa cultural para la que el Ayuntamiento ha destinado uno de sus mejores edificios. Ya es la tercera en poco más de un mes. Todo el mundo habla de La Bañeza como ‘Ciudad de la Cultura’. Isabel Carrasco descorre la cortina de la placa conmemorativa y todos buscamos el recorrido de la exposición. Primero las autoridades y los miembros de la Fundación, luego todos los demás. Somos muchos y todos queremos verlo todo al mismo tiempo. Suele pasar en las inauguraciones.

Recorro las salas con Pilar, pero la voy perdiendo a cada paso, mientras comparto comentarios con todos los que me encuentro. Infancia, Mocedad, Edad Adulta, pasan por nuestros ojos las prendas de nuestros antepasados de las Tierras Bañezanas, piezas muy bien conservadas y perfectamente expuestas. Admiro los colores y la iconografía de sus bordados, los complementos de los trajes, la joyería que los adorna. Valdería, Valduerna, Órbigo Bajo, Páramo, Maragatería, van pasando antes los ojos de los primeros visitantes.

Sala IV, Joyería. Entramos en el mundo mágico de las joyas. Una joya no es solo un elemento de adorno, es un amuleto, religioso o profano, que protege a su propietario. Pendientes de calabaza, vincos, arracadas. En los relicarios busco la complicidad de Margarita Torres. Comentamos varias piezas de exquisita belleza. Me anima a estudiar la colección. Estamos en la parte noble de la Casa y no podían ser más nobles sus nuevos inquilinos. Los azabaches ocupan toda una sala: higas, rosarios, collares de negra y brillante belleza; luego las patenas, más de cien conforman la colección y más de una veintena están expuestas. Como plato final las grandes collaradas. Esas piezas que una mujer iba atesorando a lo largo de su vida, incorporándoles piezas nuevas, por compras, herencias o partijas. Los pequeños vidrios pintados compiten en belleza con el coral o el azabache; los Cristos Preñaos con las Patenas.

Doña Josefina no llegó a habitar la casa, no llegó a disfrutar el palacete que había construido con mimo; la escalera noble, de madera; la de servicio, de azulejo; el mirador y el ancho pasillo que ahora alberga las litografías de las mozas de la Vía de la Plata. Al salir vemos el video que recibirá a los visitantes.

Contemplo algunas cosas que yo he aportado modestamente a esta gran obra. Me siento satisfecho. Tan satisfecho como se sentirían los artesanos que tejieron o tallaron con sus manos cada traje o cada joya. Tan orgulloso como los que las vistieron en los días de fiesta del pasado. Tan feliz como se sentía hoy Olga Cavero, la coleccionista que soñaba con un palacio para su colección y hoy, su sueño, se convierte en realidad.

Ilustración: Toño Odón

Se ha hablado mucho estos días de la rentabilidad de la cultura, de buscar la autofinanciación en tiempos de crisis. La cultura claro que tiene que buscar la rentabilidad aunque pocas veces la consigue, si hablamos de rentabilidad económica. Hay otra rentabilidad que normalmente se valora a largo plazo: el capital cultural que transmitiremos de nuestros antepasados a las futuras generaciones. Nosotros somos sólo elementos de paso y en esta transmisión está la verdadera rentabilidad de la cultura.

Cuando nos íbamos a comer, desde la calle me ha parecido ver cómo Doña Josefina, desde el Mirador del palacete, guiñaba a Olga Cavero, mientras llevaba sobre su cuello un collar de corales. Vuelvo a mirar al mirador y ya no la veo. Seguro que ha sido un espejismo.

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