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Brasas que no has de apagar, déjalas arder

● Polo Fuertes ►Miércoles, 29 de junio de 2011 a las 0:01 Comentarios desactivados


Decía un alcalde de La Bañeza, amigo mío, que lo mejor para limpiar la ciudad, después de unas fiestas, después de unos carnavales, después de las hogueras…, era una buena tromba de agua, casi con el último cohete. Buen alcalde fue aquel, cuyo nombre no estoy autorizado a publicar. Pero que razón tenía también con esta aseveración.

Uno, que durante muchos años ha tenido que correr cada uno de los festejos por mi profesión y actividad laboral de escribidor de pueblo en los periódicos, sabe que el susodicho corregidor estaba en lo cierto. Una buena tromba de agua, pero en condiciones, no deja ni rastro de serpentinas ni confetis ni matasuegras, ni de pólvoras del Rey.

Una buena tromba de agua, pero en condiciones, no deja rastro de una descomunal hoguera, como la que cada año plantan los vecinos del complejo de ‘Las Malvinas’. Si lo sabré yo.

Me explico. En la anterior columna, sabiendo lo que pasaba, me atreví a quemar malos espíritus con leña virtual, para que los humos no interfirieran en las viviendas aledañas y no tan aledañas. Uno ya no está para formar cadenas de calderos de agua que apaguen los restos de hogueras de San Juan, cuando la leña es a base de palés de madera, plásticos y neumáticos de coches, entre otras materias primas.

Sí, ya sé que es la tradición que unos vecinos de una barriada nueva quieren y han conseguido sacar adelante una tradición, como es la hoguera de San Juan. Vale. Pero año tras año, desde hace una decena, he tenido que llamar al Ayuntamiento, días después, para que los empleados y voluntarios del servicio de extinción de incendios terminen de pagar las brasas. Porque molestan. Porque me molestan a mí que vivo en una urbanización a 500 metros del foco de ignición.

Sí señor. Me molestan esos humos. Durante varios días, a poco que haya un calor natural de mes de junio (ya no digo el de este año) los pisos aledaños y no tan aledaños tienen que sufrir los olores a barricada de huelguistas callejeros, porque entre el perfume y los calores uno escoge los primeros para poder refrescar, en la nocturnidad, un poco las habitaciones.

Por eso, cuando el domingo (al día siguiente de la quemada), de madrugada para el lunes, comenzó un amago de tormenta, se me abrieron las carnes de alegría, porque, acordándome de aquel buen alcalde, pensé que iba a ser suficiente para apagar las brasas. Uno es ya un mindingui hasta para soñar.

Pero no hubo suerte. Por la mañana del lunes, cuando abrí el ventanal del salón, el tufo seguía estando en el ambiente. Lástima de trazado arquitectónico de mi urbanización. El proyectista dejó abierta una zona hacia el oeste, por la que se cuelan vientos, pólenes, tormentas y humos de hogueras de San Juan.

Llamada al Ayuntamiento. Rin, rin, rín. No contesta ni dios. “Jo, que molicie de funcionarios”, pensé para mis adentros. Rin, rin, rin. Aquí no descuelga nadie. Y llamé a un viejo amigo concejal, con mando en plaza. “Hombre, coño, ¿cómo te van a contestar si estamos celebrando la patrona del funcionariado municipal, Nuestra Señora del perpetuo Socorro?”.

“Socorro”, pensé yo para mis adentros, a la vez que le explicaba a mi buen amigo edil los olores a barricada sindical de mi piso, a causa de la hoguera de San Juan, “No te preocupes, que ahora mando a alguien que eche más agua en las brasas”. Gracias, amigo concejal. Porque las brasas que no has de apagar, déjalas arder. Pero las otras, las que joden, esas hay que inundarlas de inmediato.

Y volví a acordarme de aquel alcalde, amigo mío. Al menos, él no tenía que echar mano de la brigada, a poco que cayera una tromba de agua, con el restralléo de la última bomba de traca fin de fiestas. Y es que…, fiestas y tradiciones siempre. Pero sin tener que acordarse de los humos de una barricada del “no pasarán”, que al final siempre pasan. Y, a veces, hasta por encima. ¿Será posible?

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