La plaza en la que vivo, Doctor Briva Mirabent se acuesta y despierta, en este tiempo, chillona como una jaula de monos. Los vencejos se han adueñado de su espacio aéreo, bombardeando chillidos para cazar al vuelo (nunca mejor dicho) todo mosquito que se pone por delante. Por eso, en estos días de sofoco, más que de calor, no deja de ser un alivio que estos veloces pajaritos nos quiten de en medio esos insectos draculianos, que te pueden poner el cuerpo como una pintura impresionista.
Esta tarde-noche, mientras veía evolucionar a velocidad de vértigo a los vencejos, me acordé de mi amigo y compañero Felipe Pérez Pollán, que anda el hombre buscando pastores para que traigan de nuevo al redil a lo vencejos poetas, que han cambiado los versos por cazamosquitos, en la plaza que lleva el nombre del obispo ilustre astorgano.
Veintiocho años ya desde aquella noche en la que sentados alrededor de la escalerilla que lleva a tus habitaciones en el castillo de los Bazán de Palacios de la Valduerna, escuchamos unos cuantos, los últimos poemas de Antonio Colinas, en su propia voz. Tres años después (este se cumple el primer cuarto de siglo), Conrado Blanco González creaba su Premio Nacional de Poesía, en memoria de su progenitor, Conrado Blanco León, para poner el broche de oro a aquellas tardes del primer domingo de agosto, de Poesía para Vencejos.
He sido un asiduo de todas las ediciones y, por eso, he visto que se le han escapado los vencejos a Pollán, para matar mosquitos en mi plaza de Briva Mirabent. Esta edición, cuando llegue el cuatro de agosto, haré un esfuerzo para que dejen de chillar, al menos durante unas horas de la tarde, a la vera de mi ventana, para que vuelvan a volar en derredor del viejo torreón del castillo, donde volverán las musas a poner en la boca de los poetas, los versos que llevan su nombre, Poesía para Vencejos. Amén de entregar el galardón del Premio Nacional de Poesía, Conrado Blanco, a uno de los poetas asistentes, Francisco García Marquina, que, con su Poema Insomne se llevará el laurel y los seis mil euros del Premio nacional de Poesía, Conrado Blanco León.
Y volverán a chillar los vencejos mientras hacen rubricas volanderas alrededor del torreón de Pérez Pollán y del paredón que sujeta una docena de troneras desvencijadas de aquel castillo medieval de Palacios, en cuyo patio de armas, Felipe ha creado uno de los jardines botánicos más completos de la provincia. Un castillo de recreo que los Bazán prestaban a reyes y nobles, para pasar sus veraneos a la vera del río de los Peces, cuando los vencejos se unían a los juglares para cantar gestas y batallitas de monta y media.
Por eso, desde hoy y hasta el día cuatro de agosto, estaré amedrentando a estos pájaros volanderos, gritándoles desde la pequeña ventana del mirador de mi salón: “chilla, vencejo, chilla”, para que los poetas tengan una música chillona mientras recitan sus poemas, mientras cuentan sus versos, mientras estrujan sus tropos, sus vidas interiores.
Gloria pues, a los vencejos de mi plaza que, a través de sus chillidos poéticos, he reconocido que son de los que han venido a pastar mosquitos desde el torreón del último castellano en León, Felipe Pérez Pollán, allá donde los últimos patricios augustos de Astorga iniciaban sus penitencias, para aplacar las iras del dios Teleno. Chilla, pues, vencejo, chilla con ganas, que la poesía sigue muy vida en estos tiempos de crisis, en estos tiempos de desesperación.