P.J. Abajo
Cumplir años siempre es motivo de celebración; que sean cien supone un privilegio difícil de alcanzar; y que se trate de una empresa que ha sabido conservar la esencia de su historia, el sabor de lo tradicional y adaptarse a los tiempos y la sociedad que le toca vivir, siendo competitivos e innovando, ya es todo un acontecimiento. Un acontecimiento como el que este sábado vivió Castrocontrigo con la celebración del centenario de Chocolates Santocildes, una de las pocas firmas españolas que sigue elaborando de manera artesanal un producto de alta calidad y con reconocido prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras.
La familia Fernández, una saga de chocolateros que defiende con orgullo la herencia del abuelo David González Pombar –un vecino de San Justo de la Vega, que emigró un tiempo a Argentina y tras regresar a España cumplió su sueño de dedicarse al chocolate– abrió de par en par las puertas de su casa para mostrar a un centenar de invitados cómo han conseguido no sólo continuar este noble y dulce oficio sin perder «el cariño por lo que se está haciendo» sino situar sus productos entre los mejores chocolates del mundo, tal y como han escrito algunos críticos gastronómicos de los chocolates leoneses de Santocildes.
Chocolate Santocildes –que en su nombre recuerda al general que defendió a Astorga frente a los franceses en la Guerra de la Independencia– mantiene la técnica artesanal en la elaboración del producto y la premisa de que «sólo con materias primas de la mejor calidad se puede lograr un buen producto». Esta casa de la villa del Eria compra el haba de cacao cruda directamente a los países tropicales y principales productores como Ghana, Ecuador o Santo Tomé, descartando la materia prima que no cumple con las exigencias de los hermanos Fernández, defensores de la marca que ha dado fama a la comarca.
Un proceso cuidado
Una vez ha llegado en sacos de yute a Castrocontrigo, se encargan de tostar el haba del cacao con madera de los pinares de la zona, descascarillarla y pasarla al molino con piedras de granito previamente calentadas para que el cacao salga líquido; luego se pasa al galé, la máquina que revolucionó la industria el pasado siglo por su capacidad para mezclar el cacao con el azúcar y la harina en el caso de las libras de chocolate a la taza. Posteriormente, se pasa a la pesadora que se encarga de dividir el producto en unidades según el producto que se elabora y de ahí al tocacajas donde se compacta en los moldes para formar las libras.
Sólo lo bueno, pervive
El enfriado y el empaquetado de las tabletas completan un proceso realizado a diario con mimo y que Juan Francisco Fernández –uno de los hermanos que actualmente llevan el negocio– explica con toda la paciencia y la maestría del que nació entre chocolate y disfruta con su oficio. Un oficio en el que se custodia el secreto de la tradición para elaborar un producto de reconocido prestigio y muy saludable como puso de manifiesto el presidente del Comité Científico de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, Javier Aranceta. Él, junto al cocinero Jesús Prieto Serrano, Elena Andrés Núñez, encargada del Museo del Chocolate de Astorga, y el confitero tolosano Rafael Gorrotxategi, participó en un encuentro para celebrar los cien años de una marca que cada día sale a competir en un mercado difícil pero donde lo bueno siempre triunfa y pervive siglo tras siglo conquistando paladares generación tras generación.
Vídeo realizado por Ibañeza.es