Hace unas semanas conocíamos las cifras de las familias bañezanas receptoras de ayudas por parte del banco de alimentos y el dato hace recapacitar: 82 familias declaradas en situación de necesidad por el ayuntamiento -en una ciudad pequeña- es una cifra considerable; sin embargo, hay situaciones en las que comer gratis se ha concebido como un derecho adquirido sin pasar por ningún control de selección, sino por ser los primeros en asomarse al puchero y ser capaces de permanecer al olor del guiso las horas que haga falta, sin reparar en inclemencias meteorológicas y mucho menos en que haya familias que lo necesiten más.
Estos días se amontonan las comilonas: el domingo, dentro de los actos de la matanza popular de la cofradía de san Antón, las chichas en el pasadizo del centro cultural Infanta Cristina, aromatizaban una mañana lluviosa mientras que los organizadores terminaban de darles el punto. La tarde del lunes era el turno de las castañas quienes, auguraban un lleno total. A esto se le suman las alubias, paellas, potaje, bollos preñaos, chocolates y un sinfín de eventos gastronómicos en los que siendo gratis ya no se mira más.
No pensamos en dietas, colesteroles y demás dolencias que impiden echarse al gaznate más de una delicatesen de esas que nos ofrecen sin costar nada, ni en que hay familias que lo están pasando mal y tienen que recurrir con demasiada asiduidad al auxilio social para poder alimentarse con lo básico; simplemente nos creemos poseedores de una papeleta imaginaria que nos da derecho a comer gratis siempre que se presente la ocasión. Sólo esperamos que el ayuntamiento o la institución de turno financien una y otra vez esos encuentros de plato gratuito haciéndonos pasar por pobres, mientras que los pobres de verdad, los que realmente lo necesitan, tal vez ni se hayan enterado de lo que se está guisando en la calle.
