Hace días me dijo un personaje -del que hay mucha tela que cortar- que tenía mucha facilidad para cambiar de chaqueta y, procurando no meterme de lleno en el saber popular, he de reconocer que si, que tengo muchas chaquetas en mi armario y cada día me pongo una distinta, ya que el cambio de ropa es tan necesario como la ducha, aunque muchos no hagan demasiado uso ni de lo uno ni de lo otro. Yo, por el contrario, suelo sacar a la calle, y sobre todo a actos sociales -a los que acudo con mucha frecuencia- toda mi colección.
Quizás sean algunos de esos que solo tienen una chaqueta, un par de camisas de saldo y un jersey raído, los que deberían hacer más acto de presencia en determinados saraos, y resolver dudas que, hasta donde a mí me llega la inteligencia es su obligación, en vez de solucionar con pataletas e insultos fáciles aquello que está muy bien cómo se está haciendo, pero no va con su doctrina; aspecto éste en el que también hay mucha tela que cortar.
Y no me pienso explicar, porque a mis lectores avispados – que son la mayoría- no les hace falta y si alguno lo necesita le recomiendo que se quede en lo superficial y no le de más vueltas. Total, para hablar solo de chaquetas… es curioso, pero otra vez más tengo que sacar a relucir el dicho que mi padre me repetía a todas horas “según ven a la gente así la tratan” y no puedo evitar sentirme orgullosa y afortunada de haber tenido ese padre y de tener tantas chaquetas, claro que para esos que no distinguen la de ir a correr de la de ir a misa, poco o nada podemos hacer los entendidos en estilo y moda.
Dice el manual del prefecto caballero; un libro muy aburrido que habla de americanas, cuellos abotonados, zapatos de vestir, corbatas y todas esas prendas tan incomodas que se ponen algunos hombres, y cuyo estudio en profundidad recomiendo a estos tipos de chándal y camisetas de propaganda, que “el bruto se cubre, el rico se adorna, el fatuo se disfraza y el elegante se viste”. Un interesante consejo de Honoré de Balzac que por supuesto yo no discutiré, pero si me tomaré la licencia de recomendar su uso, abuso y reflexión.
Y no, querido escribidor de piropos chaqueteros para mi persona, creo que no le hará falta que yo le diga cuál es el grupo en el que mejor se adapta usted y los suyos, seguro que aunque esos datos le parezcan de “pijos” verá que es todo un arte el saber combinar prendas y lucir un aspecto agradable a los ojos de quien nos mira, porque, déjeme que le diga, que no sólo hay que sentirse a gusto uno mismo, sino que hay que tratar de que quienes nos rodean, se sientan a nuestro lado o se cruzan con nosotros, también se sientan bien al compartir espacio. En mi caso, prefiero cerca una persona limpia, bien vestida y perfumada, que un marrano sin peinar, sin pasar por la ducha y con un polar (por citar la antítesis de la chaqueta…) Igual solo es cuestión de que usted y los suyos miren alrededor, piensen en el puesto que están representando y nos obsequien con una presencia digna y de buen gusto; a veces no es cuestión de innovar sino de copiar, que no es delito.