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Cuando un producto se dice natural pero lleva ingredientes extraños

● A. Cordero ►Domingo, 26 de febrero de 2017 a las 8:46 Comentarios desactivados


Dicen que cada vez nos cuidamos más, y quién soy yo para decir lo contrario. Quizás algunos reportajes en blogs y revistas sobre vida sana y hábitos saludables pasan por alto ciertas cosas o han sucumbido al soborno de las grandes multinacionales, o quizás sea el propio consumidor que haciendo excesivo caso de la publicidad y sin pensar que ésta tiene otra funcionalidad, en ocasiones le lleva a creerse al pie de la letra todo lo que dice la tele, pero el caso es que cada vez hay que estar más atentos a lo que comemos, porque los ingredientes extraños se cuelan con mucha facilidad en nuestras mesas.

Con tanta hartura de programas en los que chefs y aprendices de chef denominados innovadores y a los que ya no les sirve presentar en el plato una comida normal, nos bombardean con productos químicos que -según ellos- garantizan una textura, un color, o una apariencia muchas veces innecesaria y siempre antinatural, desde el otro lado de la pantalla animan al ama de casa de toda la vida a experimentar nuevas técnicas que no pueden competir ni de lejos con una paella, un plato de pasta, un estofado o unas Alubias de La Bañeza, por poner algunos ejemplos.

Tanto es así, que las amas de casa tradicionales se acaban sintiendo desplazadas cuando llega –vamos a suponer– la sobrina entendida y moderna con la brillante idea de hacer al cocido de garbanzos de toda la vida una deconstrucción, una esferificación, una liofilización, una cocción con nitrógeno líquido o cualquier otra técnica llegada del programa de la tele; un lugar donde la superficie de trabajo más parece la mesa del laboratorio de un científico sacado de un capítulo de Los Simpson que una cocina, y donde los recipientes con polvos sospechosos ocupan el lugar de las especias y los ingredientes de toda la vida.

Quizás en estas cosas se me nota mucho mi procedencia rural, pero yo no me como una tortilla comprada ni aunque me aten de pies y manos y me la metan en la boca… es más, desde que al Ministerio de Sanidad le vale todo, yo puedo dedicar un cuarto de hora en el supermercado a mirar los ingredientes de todas las marcas de un único producto y acabar dejándolo de nuevo en la estantería si el fabricante no logra convencerme.

Hace ya bastantes años y gracias al último supermercado que aterrizó en La Bañeza y a sabiendas de dónde envasa muchos de sus productos de marca blanca, no meto nada en el carro sin haber hecho antes un análisis exhaustivo de todo aquello que no tiene que llevar. Por ejemplo: antioxidantes, humectantes, conservantes, colorantes, potenciadores del sabor y un sinfín de pócimas o “venenos lentos” que tras un código que intentan disfrazar con un inocente  E- se esconden ingredientes nada recomendables para el consumo humano; algunos de ellos prohibidos por las autoridades sanitarias de otros países de la UE.

Dice Arguiñano (y era el único cocinero televisivo del que me fiaba hasta que empezó a publicitar caldos concentrados), que “somos lo que comemos”, por eso en mi casa no comemos cualquier cosa. Es así que cuando vi que una conocida marca de magdalenas en cuyo envase figura en letras grandes la palabra ‘natural’, mientras exhibía entre sus ingredientes glicerina (yo pensé que se utilizaba para hacer jabones y perfumes…) empecé a comprar las magdalenas a Tomás Guerrero siempre que la pereza o la falta de tiempo me impide coger harina, huevos, azúcar, zumo de naranja o de limón, levadura y unos cuantos papeles y hacerlas en casa. Con el resto de alimentos, igual.

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