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Don Arturo, o la virtud del equilibrio

● Polo Fuertes ►Martes, 9 de agosto de 2011 a las 0:01 Comentarios desactivados


Bueno, ya está, ya le impusieron la Medalla de Plata a don Arturo Cabo Carrasco y le pusieron su nombre a una pequeña calle, construida donde tuvo durante muchos años el taller mi padrino Leopoldo Bahillo. Casi lo mandan con los otros párrocos en la vieja laguna (“a la entrada de La Bañeza / hay una inmensa laguna, / donde se bañan las guapas / porque fea no hay ninguna”).

Yo había pedido la Medalla de Oro y un tramo de la nueva avenida dimanante de la antigua Nacional VI. Pero no me hicieron caso. Después pasará que tienen que rectificar, lo mismo que lo hicieron con el cronista oficial de La Bañeza, Conrado Blanco que, primero le concedieron la Medalla de Plata y años después los munícipes se hicieron sabios de rectificación y le impusieron la que merecía desde el principio, la Medalla de Oro.

Ya se sabe, las cosas del Consistorio son así, por aquello de los protocolos y no hay vuelta de hoja, oye. Además. A lo peor, es que con esto de la crisis, vale más Plata en mano que Oro volando.

Si señor a mi buen amigo, Don Arturo le han hecho oficial lo que ya era un clamor entre sus paisanos, o sea, un gran señor. A lo largo de la pasada semana, o en el acto de imposición de la Medalla de Plata y del descubrimiento de la placa callejera o en el almuerzo de amistad que siguió, se dijeron muchas cosas. Y todas bellas. Y todas verdades. Se cantaron las mil y una virtudes (cardinales y teologales) que Don Arturo ha practicado y seguirá practicando. Se contaron otras mil y una anécdotas, recuperaciones de tradiciones, institucionalizaciones de eventos, fundaciones de corales, asociaciones santiagueñas o carreras pedestres. Todo cierto. Sí señor.

Pero permítaseme que yo ponga mi granito de arena a este homenaje. Tengo amistad, certeza y testimonio para hacerlo, porque en muchas de todas estas acciones he estado en el ajo, he sido parte del todo, testigo de cargo y de excepción y siempre notario, como lo fueron y siguen siendo mis colegas de periodismo activo.

No, no voy a volver a sacar la lista de méritos de Don Arturo. Dios me libre. Yo lo hice a mi tiempo y lo tengo presente cada vez que me llama y me dice aquello de: “Oye, Polo, que he pensado yo…”. Y ya está liada. No. Eso ya debe quedar para legajo de inventario, para, como dijo Don Arturo, seguir haciendo cosas, “porque esa es mi obligación y la de todo buen bañezano”.

Yo quisiera en este pequeño homenaje resaltar una virtud de Arturo permitidme empezar a tratarle de tú, porque nuestra amistad se remonta a la niñez y entre nosotros suena el usted y el don un tanto apócrifo). Una virtud que se llama equilibrio.

Y es que esa virtud de Arturo Cabo está siempre presente en cada una de sus acciones. Un equilibrio que ponía en marcha su balanza de hechos, de realizaciones, su fe de fechos siempre a tope, para que el fiel de esa balanza siempre apuntara a su amor inmenso de ser bañezano.

Me explico. Y creo que fue la primera vez que me involucró en ese camino de realizaciones, a los pocos días de llegar, nombrado párroco de San Salvador. Como amigo y para el que no supiera de sus nacencias, le propuse una entrevista para el periódico ‘Bedunia’, en el que yo escribía en aquel 1985. Fue fácil para mí y creo que para él. Pero, al terminar la entrevista me espetó a bocajarro: “Oye, para que no haiga dangún daqué debías hacer otra entrevista a Don Rogelio (párroco al que sustituía). Puro equilibrio.

Después llegó lo de la Coral del Milenario (“vamos hacerla interparroquial para que no se mosqueen los curas de abajo”). O la institución del pregonero de la Semana Santa (“¿qué os parece si un año se hace en San Salvador y otro año en Santa María?”). Podría seguir y seguir. Pero Arturo siempre tuvo, siempre tiene presente su virtud del equilibrio, para que nadie se sienta de menos, se sienta
mosqueado, se sienta mal.

En todos estos años he sido también testigo de sus zozobras de sus ‘fracasos’, de sus lágrimas, de malos entendidos (como cuando quiso recuperar una de las mayores romerías de la comarca, la de Santo Tirso y casi pone en guerra a dos pueblos que no quisieron entender la virtud del equilibrio de Arturo).

De Arturo…, y toda la panda que ha llevado y lleva detrás. Porque lo mismo que a Don Ángel Riesco, nuestro obispo de cabecera, le pusieron aquello de ‘atropachicos’, a Arturo Cabo Carrasco habría que ponerle lo de ‘atropagentes’.

Enhorabuena, amigo (este AMIGO tendría que ponerlo con mayúsculas, pero suena mal a las reglas de estilo). Mucha suerte en lo que tengas pensado o vayas a pensar (“oye, Polo, que había yo pensado…”). Sigue haciéndolo, querido Arturo. Y ya sabes, cuando te haga falta para algo de esos buenos pensamientos tuyos, aquí me tendrás. Como siempre. En equilibrio. Porque yo soy parte de esa gente que alguna vez me has atropado.

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