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El año que mandaron todas las mujeres por Santágueda

● Polo Fuertes ►Jueves, 9 de febrero de 2012 a las 9:10 Comentarios desactivados


Hace ahora un cuarto de siglo, un grupo de mujeres, de la mano de los responsables de la celebración del Milenario de la iglesia de San Salvador, comenzaron de forma oficial la celebración de la patrona de las féminas, Santa Águeda. Una fiesta que en la pedanía de Santiago de la Valduerna y en el barrio de Buenos Aires de La Bañeza, ya venían festejando sus mujeres, como una tradición que habían rescatado del olvido, en el que años anteriores a la Guerra Civil, se había guardado en el baúl de los recuerdos.

A raíz de esa fiesta propiciada por las féminas de Santiago y Buenos Aires, el cura de San Salvador, Arturo Cabo, verdadero impulsor de otras muchas tradiciones durante aquel Milenario, propuso la idea y en aquel año de 1987 comenzó a desarrollarse, sin las alharacas y programaciones que ahora lleva consigo la celebración. A la vez que se tuvieron contactos improvisados con las mujeres de Zamarramala, en Segovia, con el fin de tomar datos oportunos y nuevas ideas de cara a años venideros.

Así mismo, y una vez conocida la iniciativa que se estaba fraguando en La Bañeza, un vecino de la ciudad, José Prieto Fernández (Pepe ‘Trapote’, hoy ya fallecido), yerno de la señora Catalina, la de Boño, hizo entrega de un cetro de la santa y abogada contra las enfermedades de los pechos y contra los incendios y las tormentas, que guardaba cuidadosamente en un cobre, en su casa.

El cetro lo había heredado de su madre, Paula, que a la vez fue cedido por su abuela Idelfonsa. Representaba este cetro una pequeña imagen de la santa, que en las manos portaba una bandeja, que contenía sus propios pechos cortados. En el acto, el propio ‘Trapote’ informó que su madre le había contado alguna vez, que había existido una cofradía de águedas en el barrio de Triana, hoy calle de Lope de Vega de la ciudad, perteneciente a la parroquia de San Salvador. A la vez que comentaba a los asistentes que siempre había querido donarlo, aunque no sabía exactamente a quién. Ahora, con el rescate de la tradición, vio el momento para hacer la donación.

La fiesta comenzó aquel día cinco de febrero, jueves, de 1987 trasladándose a Santiago de la Valduerna más de un centenar de mujeres de La Bañeza, ataviadas con vestidos populares bañezanos algunas y otras con alguna prenda referente a estos trajes típicos, donde hicieron entrega de un diploma acreditativo a las águedas de este pueblo y del barrio de Buenos Aires.

Posteriormente, todas juntas, se acercaron hasta el domicilio de Pepe ‘Trapote’, donde, también mediante diploma, nombraron Águeda Mayor a su esposa Felisa, en agradecimiento a la donación de cetro de la santa, que tan bien había custodiado la familia.

La comitiva se trasladó seguidamente a la iglesia parroquial de San Salvador, para festejar a la patrona con una misa, templo de cuya celebración de su Milenario había partido la iniciativa de crear una cofradía y unirse a las mujeres de Santiago y Buenos Aires, pioneras en esta fiesta.

A la salida, las féminas recorrieron diversas calles de la ciudad, acompañadas por dulzaineros de la comarca, dando unos tintes de tipismo y folclore, a través de sus cánticos y el colorido de sus trajes populares y otros abalorios, que sus componentes portaban. Comida de hermandad a continuación, para terminar la celebración en la Plaza Mayor, testigo final de los bailes de una fiesta tradicional que se había recuperado del olvido. Volviendo después a la casa, que por la mañana habían ‘abandonado’.

Esta es la historia de la recuperación de una fiesta femenina por excelencia que, hace ahora 25 años, nacía con el afán de pasarlo en grande todas las mujeres bañezanas, como mejor homenaje a su santa patrona, Santa Águeda. Con el sello de la celebración del Milenario de la iglesia de San Salvador.

Después…, pasaron otras cosas… Pero esa es otra historia que no tiene cabida en esta crónica, que hoy he rescatado de mis fichas periodísticas de hace un cuarto de siglo, en La Crónica de León. Una historia con la que nunca he querido comulgar. A Dios gracias.

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