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El lío de lana y el duro falso, el alcalde y su amigo el cacique

● IBAÑEZA.ES ►Lunes, 27 de octubre de 2014 a las 9:07 Comentarios desactivados


Desencuentro municipal en 1934

Desde que en septiembre de 1932 se rompiera en la corporación bañezana la conjunción republicano-socialista triunfante en las repetidas elecciones del 31 de mayo de 1931 con ocasión de la asunción a la alcaldía de Juan Espeso González, ácidamente contestada desde el socialismo, las tensiones y los desencuentros entre los ediles de una y otra adscripción habían ido salpicando la vida municipal en diversas y frecuentes ocasiones y con los motivos más variados, tal como en las discusiones de los asuntos tratados recogen las actas de los plenos, y como se seguirían produciendo cuando poco después (el 21 de febrero de 1934) se trate, a instancia del concejal Liberto Díez Pardo, de que se ordene la limpieza de la plazuela de la Panera de la Villa y se retiren los carros que en ella se acumulan (sobre los que se dejan desenganchados en la vía pública existía ya un arbitrio), a lo que replicará el regidor Narciso Asensio Asensio que “la plaza la ensucian además las criadas del señor Díez Pardo, que tiran las aguas sucias a la calle”, lo que desmiente el aludido manifestando que no es así y que “para tales aguas dispone de aguador”, añadiendo que “también está sucia la calle en las inmediaciones de la casa del señor Narciso Asensio”, ofreciéndose el alcalde en este punto para atender las reclamaciones de ambos concejales.

Antes, en la sesión del 31 de enero del mismo año, el encontronazo se había producido precisamente entre el alcalde, Juan Espeso González, y el también concejal socialista Porfirio González Manjarín, al preguntar este por algo hace poco sucedido cuando para pagar los derechos del asentamiento de un lío o atado de lana quien lo portaba dio en el fielato un duro falso.

Responde el primer regidor que hace unos sábados un vecino de Audanzas del Valle traía a vender al mercado una partida de lana, y al cobrarle en la casilla de arbitrios de la carretera Madrid-Coruña el importe de su puesto de venta entregó al empleado municipal una moneda de duro, que otro empleado devolvió al particular manifestándole que era falso. Como el dueño de la lana no quiso recogerlo, diciendo que se lo habían cambiado los empleados de la recogida del arbitrio, fue requerido a la casilla como alcalde y a ella acudió, y como conocía al particular y lo consideraba persona fiel y de confianza, y tampoco desconfiaba de los empleados, no teniendo a quien culpar del hecho, resolvió que aquel duro lo perdiera el ayuntamiento como quebrantamiento de moneda.

A su explicación opone el edil González Manjarín que el tal particular era el secretario y cacique del pueblo del alcalde (según se puede atestiguar), y amigo íntimo de este, además de persona a sus órdenes.

Reconoce el alcalde que es su amigo, y administrador de una persona de su familia (por lo que responde de su honorabilidad), pero niega que se trate de un cacique.

Replica el concejal que la actuación del alcalde fue para favorecer a un amigo, desautorizando a los empleados municipales y perjudicando al ayuntamiento, “pues acostumbra a favorecer solamente a los suyos, no cumpliendo con su deber desde que se encargó de la alcaldía”.

A ello le responde el alcalde que se reporte en sus palabras y se abstenga de continuar ofendiéndole, y requiere al secretario para que tome nota en el acta de su desobediencia, a lo que contesta el concejal que lo haga así, y que “lo mismo le da estar aquí que en una celda”.

Tercia en la polémica otro concejal socialista, Ángel González González, que señala que sus informes de lo sucedido son otros, y que el alcalde culpó de la aparición del duro falso a los empleados de arbitrios, en vez de defenderlos.

Dice el regidor que obró como lo hizo porque no podía dudar de la honorabilidad de ninguno de los implicados, y que no hubo testigos de los hechos.

Reclama González Manjarín que se tome declaración al empleado de la casilla y a una mujer que desde cerca presenció lo sucedido, a lo que, negándose, responde el alcalde que “no será con su autorización”, ante lo que afirma el concejal que “parece que el alcalde tiene miedo”.

“Ni lo tiene ni hay motivo para tenerlo”, replica entonces el alcalde, y contesta el concejal González Manjarín, e insiste en ello, que al día siguiente “entrará en la alcaldía por encima de todo”, a lo que contesta el regidor una y otra vez que lo hará “solo si él se lo permite”.

Afean a González Manjarín su proceder los ediles Liberto Díez Pardo y David González Moratinos, que manifiestan que el alcalde hizo lo que debía, y añade el primero de ellos que si el perjuicio de todo lo que se discute es un duro, él lo pagará. En su apreciación no coinciden los concejales socialistas, que les responden que “al alcalde no se le debió admitir como tal cuando se le nombró”.

Finalizando la sesión, aclara el edil González Manjarín que ante la respuesta del alcalde, en la anterior discusión, de impedirle entrar en la alcaldía, tiene como concejal tanto derecho a entrar como el alcalde, y se retan entonces uno a otro y se contestan que “no se tienen miedo”, y aclara el alcalde, para que conste en el acta, que en la disputa (que no acaba de cerrarse) ordenó callarse al concejal, a lo que este no hizo caso.

De aquella controversia, que debió de contribuir a agriar aún más las tensas relaciones entre los corporativos de unas y otras ideologías, se dio conocimiento al juzgado de Instrucción, en el que el alcalde se querelló contra el concejal por injurias (procesado al final por desobediencia y desacato), por lo que se remitía al órgano judicial certificación de aquella sesión el 15 de febrero, y el 23 de marzo certificado de conducta (buena, se añade inusualmente en una anotación de aquella clase) de Porfirio González Manjarín, de 34 años, casado y albañil, que por ninguno de los conceptos establecidos pagaba contribución. Por cierto, los ecos de aquel desencuentro llegarían hasta pasado el mes de julio de 1936 y aún después, acarreando para Porfirio y su familia, una vez que los sublevados triunfan, represiones diversas y abundantes desgracias, de manera que muchos años más tarde, recordando el incidente y sus secuelas, afirmaría alguno de sus hijos que “a buen precio les había salido aquel duro falso a ellos…”

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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