En la escena final de la saga El Padrino, cuando el viejo Michael Corleone se desploma de una silla en su jardín de Sicilia, uno no puede evitar enternecerse. Algunos pueden pensar que el giro lastimoso que adquiere el personaje de Al Pacino en la última entrega de la saga puede conducirnos a la empatía. Pero no es del todo cierto. Cuando es Vito el que muere, en condiciones similares, el espectador tampoco puede evitar deshacerse.
¿Por qué conmueve la muerte de un hijo de puta? La grandeza de Coppola y de Mario Puzo puede tentarnos como respuesta, pero (y sin quitarles méritos) no parece muy razonable pensar que es lo único. ¿Qué diferencia al personaje de Robert De Niro en los Intocables de Elliot Ness y en El Padrino? ¿El punto de vista? Reconozco que la posición de la cámara juega un papel importante, pero más allá del lenguaje audiovisual, yo diría que la diferencia estriba en las formas. Claro, porque no es lo mismo pedirle a un matón que haga desaparecer a tu hermano, que reventarle la cabeza a uno de los tuyos con un bate de béisbol en plena cena familiar.
Digo esto porque a pesar de su importancia, cada vez cuidamos menos las formas. Nos olvidamos de pedir por favor y de dar las gracias. Dejamos de ceder el asiento a los mayores en los autobuses y de tratar de usted a las autoridades. En la sociedad del todo vale el respeto, el honor y la educación parecen valores sacados del cartel de una película de gánsteres. Háganme caso y un día hagan la prueba, prueben a sonreír a los demás aunque no les conozcan de nada, a ver qué pasa. Luego, cuando lleguen a casa, quítense la máscara y encaren su hijoputez si quieren, pero a los demás déjennos tranquilos.
