Que no es lo mismo conservador que progresista todo el mundo lo sabe y yo no voy a descubrir ningún misterio, pero a la hora de respetar las leyes –nos gusten más o menos- todos, unos y otros deben ponerse de acuerdo y acatar los mandatos de quienes las imponen. Que tienen que oscilar entre un 40 y un 60% de uno y otro sexo, es una lección que todos los que tienen algo que ver con la llamada “organización”, aprendieron hace años.
Pero siempre quedan originales, que sin incluirse en uno ni otro grupo, hacen y deshacen a su manera y antojo, colocando en las distintas posiciones a quienes –además de compartir una amistad o cualquier otra relación gestada hace escasas fechas- les llevarán a la gloria en una de esas facetas que últimamente están captando la atención de afines y desafines.
Siempre pueden quedar nostálgicos de otras épocas o dueños de la razón por encima de leyes y tradiciones más o menos aceptadas, que acostumbren a tomarse la justicia por su mano y no acepten sugerencias de nadie, aunque haya pasado la faceta de cocinero antes de entrar en el convento.
Sin embargo, quien esto escribe -que ha tenido algún escarceo en ambas- ya desde la tranquilidad que da el convento, opina que si ciertos índices son obligatorios, no habrá nadie que se libre de la vara de medir ni de los dedos de contar y, por mucho disfraz carnavalero o ambigüedad en la actitud, que no permita adivinar lo que se esconde tras la máscara, hay un truco infalible en el que por mucho que nos escondamos, siempre saldrá a la luz y tendremos que posicionarnos, eso sí, cumpliendo a rajatabla los cánones de igualdad establecidos.