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José Seoane Romero: un hombre que hizo de la fruta un arte

● José Cruz Cabo ►Sábado, 17 de noviembre de 2012 a las 9:01 Comentarios desactivados


José Cruz Cabo

Uno de los hombres más afectuosos y emprendedores que yo conocí fue, sin lugar a dudas, don José Seone Romero, propietario de las fincas arboladas de frutales denominadas Villa María y Villa Adela. La de Villa María, aparte de otros frutales, la mayoría eran de ciruelas y en Villa Adela la totalidad del arbolado era de manzanos. Hoy ninguna de las dos son fincas de frutales: Villa Adela es el polígono industrial y Villa María es una viña con bodega de vinos que comienzan a expandirse por nuestra nación.

Durante la época de recolección, tanto de la ciruela como de la manzana, que se exportaba fuera de nuestra ciudad, había muchas personas vendimiando y consiguiendo unas pesetas que les venían bien para el resto del año. Además solía regalar fruta que no podía enviar fuera, a personas necesitadas. Tenía dos hijos, César y Mariano. César fue directivo del equipo de la época de nuestra ciudad y, pasados unos años, se marchó para Madrid. Mariano a la muerte de sus padres, se metió lego en el convento leonés de los jesuitas, había estudiado agricultura, pero después de unos años mejorando la calidad de la fruta que vendían para afuera, Dios le llamó al camino del convento.

Don José también tenía un vivero de arboles frutales, que estaba en lo que hoy son las calles de Tejadillo, Lepanto, Tenerías y adyacentes, árboles que marchaban en tren a todas las partes de España en la temporada de plantación de los mismos.

Durante muchos años, hasta que la vejez pudo con él, y después al morir, primero dejaron de preocuparse por las fincas frutales, que con el paso de los años desparecieron, y después cuando su hijo Mariano marchó para el convento de León, el vivero de arboles frutales. Como cuando un negocio muere otro nace, al poco comenzaron a funcionar los viveros de Barra y de Lombó y La Bañeza siguió siendo productor de arboles frutales y de adorno.

Don José fue un hombre muy querido en nuestra ciudad, pues era una persona de fácil trato, muy ameno, desprendido y generoso, y con un carácter jovial y risueño. Muchas jaulas de fruta fueron regaladas por él a la gente necesitada, pues no sabía decir no al que le pedía algo que él pudiera remediar. Fue un hombre muy importante para la economía de nuestra ciudad en los años treinta, cuarenta y cincuenta y de él, se contaban muchas anécdotas simpáticas, por ejemplo se casó en los años veinte, con una casi niña de quince años, a la que cuando venía del trabajo de las fincas, a mediodía a comer, tenía que ir a la Plaza Mayor a buscarla porque estaba jugando a la comba ya que vivían en la calle de Astorga. Al que más conocí, fue a su hijo Mariano, una persona muy bromista y que, durante dos veranos, nos hizo subir varios domingos a la Finca de Villa María, donde tenían su residencia veraniega, y al finalizar la tarde, nos hacía cargar con una jaula de ciruelas para que las lleváramos para casa, y por ese motivo tuve una relación muy cordial con él hasta que marchó para León, y al marchar él, desapareció esta familia de nuestra ciudad.

En los años cuarenta, aquellos años en que sí había una crisis profunda, pues entre la guerra que había desmantelado tierras, fábricas y negocios y que se estaba reconstruyendo, la sequía de los campos en los primeros años de esa década, el racionamiento no te daba para nada, y el estraperlo era prohibitivo para los trabajadores y jornaleros de la época, los hombres tenían que trabajar de sol a sol, y no sacaban para darle de comer a la familia, porque el extraperlo era prohibitivo para los que tenían un jornal, y aunque en muchas casas, las mujeres se dedicaban a la limpieza de las personas ricas o a lavarles la ropa, como se decía entonces, así y todo el aceite estaba prohibida, el pan era poco y oscuro, ya que no veía la harina, y la gran mayoría, se tenía que conformar con casi nada. Algunos niños y niñas comían y cenaban en el comedor de auxilio Social, pero no desayunaban. Eso fue crisis. En esa época, que una persona te regalara una jaula de fruta, era casi para besarle la mano. Ahora en la vejez te vienen personajes a la cabeza que no quiero que queden en el olvido.

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