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Joyas de archivo (y III)

● Ibañeza.es ►Lunes, 18 de enero de 2016 a las 9:33 Comentarios desactivados


En cuanto al lavadero, en vista del éxito hasta entonces obtenido en las subastas, el alcalde encarga de nuevo al arquitecto, el día 30 de abril de 1936 y para construirlo por administración según acuerdo corporativo del día anterior, “la confección a la mayor brevedad de un nuevo proyecto de lavadero de pilas individuales” por considerar el gestor Porfirio González Manjarín antihigiénico el antes proyectado con solo tres piletas, “en el que en cada una se han de lavar en conjunto y a la vez ropas de personas sanas y enfermas, siendo más aséptico lavar cada ropa en pilas separadas”. Eumenio Fernández Alonso, su compañero de Gestora, se contraría al ver que no se adoptan acuerdos en definitiva y propone que se construya el lavadero de inmediato aunque se oponga un concejal, “cuyas oposiciones debió hacer cuando se aprobó el proyecto”, dice, ratificándose González Manjarín en lo afirmado y “extrañándose de que el señor Fernández Alonso resulte ahora el más decidido defensor de los obreros” ( lo es “de los intereses del pueblo, además de aquellos de los trabajadores”, le replica el aludido), y tercia el también corporativo Joaquín González Duviz proponiendo que se confeccione otro proyecto de lavadero, lo que acepta Fernández Alonso “si se demuestra que el anterior sea antihigiénico”, mientras González Manjarín da su conformidad al antiguo “siempre que Fernández Alonso afronte en ello la responsabilidad correspondiente”, acordándose en definitiva que el arquitecto elabore un nuevo croquis de otro modelo de lavadero, de 34 pilas individuales, que “calcula cueste tanto como el modelo subastado, unas 12.000 pesetas”, y que presentará en la sesión del 6 de mayo, cuando “el presupuesto anual de obras está ya agotado o próximo a agotarse, y de continuar con algunas de importancia será preciso ir a una habilitación de crédito o confeccionar un presupuesto extraordinario”, decidiéndose construir según el nuevo proyecto, y “hacerlo por sus trámites”, el tan traído y llevado lavadero cuya ejecución por unos u otros motivos tanto retardaba.

El transcurso de los siguientes meses, los más próximos y los menos, más aciagos, hizo evidente que aquella obra pública tan reclamada durante tanto tiempo, por unas u otras nuevas razones, y en una u otra modalidad o variante, nunca llegó a materializarse. Las sobrias y elegantes líneas de su diseño (tan conseguido como baldío), la pretensión que atisbamos en el mismo de convergencia de lo útil y lo bello, su marcado aire de capilla laica, de pequeño templo circular y lacustre dedicado a tales purificadoras tareas y al bienestar de aquéllas que tan sacrificadamente las realizaban, quedaron una vez más en la geografía de los sueños y las utopías, de los que anduvo sobrada aquella época, inalcanzados unos por los rechazos y las trabas de los oponentes y otros por los desacuerdos y los desentendimientos de los afines, sin que la posterior, de miedo, hambre y plomo, le diera tampoco realidad y forma a aquel proyecto. Por el contrario, a las mujeres a las que los bienintencionados soñadores querían aligerar de sus cargas y trabajos el nuevo régimen las cargó aún más de ocupaciones exclusivas, y arrojó a algunas de ellas al decrépito y nada luminoso edificio bañezano del Depósito Municipal de Presos y Detenidos (antigua Prisión del Partido) en un metafórico contraste entre lo que tantos entonces soñaron y aquello que en realidad tuvieron.

Amores bordados

La otra prenda hallada entre papeles me produjo más tristeza, ya lo dije, y de las historias de sus desgraciados protagonistas poco es lo que sabemos: Josefa Fernández Fernández, de 34 años, de Redipollos, cercano a Puebla de Lillo, de profesión “sus labores”, casada con José María Fernández González, contesta, después de ser “convenientemente preguntada”, que se encuentra recluida en la Prisión Militar de San Marcos de León desde hace once meses, cumpliendo la condena de doce años que le ha impuesto el Consejo de Guerra Permanente de la Plaza, cuando envió a su esposo, que se halla en la Prisión de La Bañeza, la tarjeta que se le muestra y que ha sido el motivo de que ahora, el 5 de septiembre de 1938 (III Año Triunfal), la procese además la Auditoría de Guerra de León y su Juzgado Militar Eventual nº 4, cuyo Juez Instructor es el teniente coronel de Caballería don Luís Salas Caballero. Y es que la tal tarjeta, que remitió a su marido “con el fin de demostrarle que le recordaba”, no era una tarjeta cualquiera; era artesanal; era, como correspondía en lo posible a semejante situación, única y personalizada.

Se trata de un bordado de pequeño tamaño (cabe en un sobre normal, de los disponibles para las cartas que después visa la Censura Militar), enmarcado por puntadas amarillas, hecho con el primor y el cariño de lo sencillo, venciendo quién sabe cuántas dificultades y miserias, y destinado a que su marido la cuelgue en la pared del lóbrego y colmado calabozo en el que habita. Trata de ser alegre, a pesar de las tristes circunstancias, e incluye el texto “Recuerdo de tu esposa Josefa. 1938”, al que flanquean sendas flores… Y una de ellas, la de la izquierda además y por más señas, le dio pocas alegrías a Josefa, y menos aún creemos que le diera a su marido, a cuyas manos nunca llegaría la tarjeta, pues fue unida como prueba al Procedimiento en el que ahora la encontramos.

Porque tal flor no fue del agrado del censor por cuyas manos pasaba la correspondencia destinada a los cautivos, que debía por lo visto padecer de una especie de aversión a ciertos colores (tal vez había sido de quienes en los pasados años entonaran aquella cancioncilla que decía “Me está jodiendo el morao / que está junto al amarillo / debajo del colorao”…), y así, por más que Josefa se empleó en manifestar al señor Juez que de nuevo la encausaba “que jamás estuvo en su pensamiento dibujar (en la flor) una bandera de la República, y que por verdadera casualidad dibujó con esos colores tal flor”, y en manifestar solemnemente ”no tener constancia de representar (en la flor) bandera alguna, ni republicana ni de ninguna otra clase”, el Instructor no lo ve claro (o más bien lo ve diáfano), y traslada el asunto “a la superioridad”, convencido, le dice, de que “una de las flores de la tarjeta parece representar los colores de la Bandera Republicana (sic)”, y los describe como “morado color Obispo (…los báculos y las espadas, tan juntos siempre y tan compenetrados…); unos hilos color verde; y amarillo y encarnado” (y es posible que no utilice el término “rojo” en lugar de “encarnado” por su temor a ser tan solo por ello también él mismo encausado por “la superioridad” si así lo hace…).

Desconocemos, por no tener más datos al respecto, lo que “la superioridad”, el Asesor Jurídico de la Auditoría de Guerra, vino a decidir en este asunto, pero creemos no equivocarnos al augurar que no debieron derivarse del mismo consecuencias nada gratas para Josefa y José María, los tristes protagonistas de esta historia de amor desgarrado que hoy rescatamos, que trata de sobrevivir a pesar de las derrotas y los castigos, una historia dificultada por la separación y la distancia impuestas a ellos y a tantos otros por quienes por tanto tiempo hicieron de la imposición, la intransigencia, y el atropello, su bandera. .

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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