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La cuesta o el terraplén del 2013

● Polo Fuertes ►Sábado, 12 de enero de 2013 a las 9:07 Comentarios desactivados


Bueno, ya acabó todo. Desde el villancico alemán de Noche de paz, “Stille Nacht, Heillige Nacht…” (“este inglés no lo entiendo, yayo”, me dijo una de mis nietas gemelas), al clásico de “Allá arriba en aquel alto hay un perrito cagando…”, se han borrado de un plumazo cualquier raspadura que huela a Navidad, a Año Nuevo o a Reyes Magos.

Ya acabó todo. Hasta las promesas de después de comer las uvas de la mentira, que nunca se cumplen. Solo un “te quiero, cariño y vamos a llevarnos bien para lo que queda de año”, perdura de esa noche de despedida de un año y comienzo del otro. Un año malo si los haya. Acaba en trece y comienza en martes. No, no, no penséis, queridos lectores, que creo en agüeros, macanas, dioses falsos o meigas. Pero haberlos hailos. El “Stille Nacht, Heillege Nacht” perdurará por siempre jamás y lo del “allá arriba en aquel alto, / hay un perrito cagando, / para el tonto que pasea / y no mira para abajo”, también quedara, por desgracia.

Tampoco me trajeron los Reyes Magos gran cosa. Bueno, la culpa la tuve yo, que en un arrebato de ira, me despedí a lo Artur Mas, con un “y sino me lo traéis, atenderos a las consecuencias”. Qué mala suerte. Ni carbón, oiga. Tan solo una cuesta larga que, más que cuesta, parece un terraplén.

Y cuando se lo dije a mi amigo Policarpo Navarro Sánchez, la cosa fue peor. Porque lo que yo no vi en primera instancia, él lo divisó en perspectiva: No era la cuesta o el terraplén de enero, sino doce cuestas que habrá que ir subiendo, sin arneses ni bastones, porque todo ello nos lo han recortado los políticos. ¿No podríamos prescindir por este año de los políticos? En Bélgica ya lo probaron y les salió redondo. Se ahorraron sus sueldos, porque ni ellos mismos se entendían y salieron de la crisis por la puerta grande.

Con estas macanas por pantalla, Navarro y yo nos sentamos a pensar, a la vez que descorchábamos una de las botellas de cava que aún quedaban de las fiestas villancícicas. Como si nuestros padres nos hubieran castigado en un rincón.

“Mal se le pone el ojo a la yegua, amigo Polo. Si enero se presenta malo, ¿qué será lo que nos espera para las cuestas siguientes?”. Sin embargo, uno es optimista por naturaleza. O eso me creo yo. Y para matar la espuela de las burbujas que, en la estrecha copa se parecían al traje y pajarita de Leo Messi, en la recogida del Balón de Oro, me armé de valor y le contesté: “No te apures, querido Policarpo, a la vuelta de la esquina tenemos los carnavales. Piénsalo bien, lo sabia que es la madre naturaleza, que no nos deja de la mano de Dios, para que el cuerpo pueda desintoxicarse de los desvelos y cansancios de la cuesta de febrero”.

Después seguí mi perorata, diciendo que marzo lo teníamos “chupado”, porque la Semana Santa y la Pascua de Resurrección salvarían esta cuesta, ya que, según decían los más viejos del lugar, nunca fue mala un año de Pascua marciana… Poco a poco fui levantando la moral a mi buen amigo Navarro Sánchez, con cuchufletas por el estilo en todas las cuestas del año, a la vez que el cava en la botella iba mermando el líquido dorado y las burbujas culés.

Terraplenes a nosotros. Agarrados de los hombros salimos a la calle contentos como unas castañuelas, y con una sonrisa en los labios, comenzamos a cantar al inicio, casi la mitad de la primera cuesta, la de enero, aquella canción bañezana que de jóvenes entonábamos cada vez que volvíamos de una romería, para no desentonar la utopía: “A la entrada del pueblo / qué cantaremos. / Que nos pongan las sopas, / que ya lleguemos. / No nos dejaron nada, / todo nos lo llevaron. / Nos llevaron el burro, / también la albarda. / Todo nos lo llevaron / no nos dejaron nada…”.

Ya llegará diciembre del 2013. Si Dios quiere. Y haremos balance de todos estos propósitos idílicos y etílicos. Porque sino… Pa habernos matao.

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