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La defensa de la alubia y los añejos y afamados vinos bañezanos

● Ibañeza.es ►Lunes, 23 de septiembre de 2013 a las 9:23 Comentarios desactivados


En 1870 fundaba Felipe Moro en La Bañeza su fábrica de cera La Providencia, movida por vapor y que surtía a gran parte del mercado nacional; industrial e importante cosechero de vinos en su magnífica posesión cercana a la población, en la que había realizado notables experimentos en el injerto de viñedos (se dice en 1920 en León artístico monumental. Álbum Gráfico descriptivo en el centenario de sus Fueros), cuyas realizaciones debieron de estar sin duda en la magnífica Exposición regional leonesa celebrada en 1876 (a cuya organización contribuyó el ayuntamiento de Santa María del Páramo con 80 reales, según El Porvenir de León del 10 de junio) en el no menos magnífico edificio de San Marcos.

Dirá en 1919 el bañezano Manuel Fernández y Fernández Núñez en sus Apuntes para la historia del Partido Judicial de La Bañeza que los antiguos vinos de mala calidad procedentes al parecer de malas vides, y “agrios como perros”, habían sido mejorados con el principio del siglo XX y la selección de cepas consecuente a la generalización de la vid americana posterior a la filoxera que terminó con las plantas del país, hasta el punto de que llegaron a elaborarse en Santa María del Páramo, Villamañán o La Bañeza vinos exquisitos capaces de competir con cualquier otro y que echaron abajo los de Toro y la Mancha, a los que por cierto ya les empezaban a hacer competencia los caldos de California procedentes de la emprendida fertilización de sus desiertos.

La Bañeza está dotada en 1923 (según la Guía comercial y artística de León y su provincia) de Oficina de Correos y Telégrafos, Notaría, Registro de la Propiedad, Juzgado de instrucción y municipal, y Guardia Civil. Es alcalde Augusto Valderas Blanco, secretario José F. Fernández Núñez, y párroco don Lucas Castrillo Martínez (lo era desde agosto de 1917); completan el listado de fuerzas vivas o notables los jueces, municipal Joaquín Latas Folgueiras, y de primera instancia, Ildefonso Alamillo, el fiscal Elisardo Moro García (lo era ya en 1917), el notario Félix Espeso Pernía, y el registrador de la propiedad (interino) Eumenio Alonso. Existen entonces en la ciudad 3 fábricas de chocolate y mantecadas, 2 de curtidos, 1 de alcoholes (Alcoholera Bañezana) y otra de cera, de bombones, de norias para el riego, y de carros, 2 laboratorios de productos farmacéuticos, 11 exportadores de alubias, 9 cosecheros y exportadores de vinos, 2 almacenes de coloniales, 8 ferreterías, 2 bancos (Herrero y Mercantil), y 6 comerciantes de tejidos. Otra fábrica de curtidos se halla en Santa María del Páramo, y dos exportadores de cereales y legumbres ejercen en Veguellina el uno y el otro en Requejo.

Imagen de un anuncio de la época rescatado por José Cabañas.

A finales de los veinte (según expone en 1928 Menas Alonso Llamas en su novela Vendimiario), y desde años antes, la viti-vinicultura se ha hecho importante en La Bañeza y se ha puesto a la altura de los principales centros, tanto en la vinificación como en los cuidados culturales del viñedo, de calidad tal que hizo posible la elaboración de champán bañezano y su exportación a Francia hasta las cercanías de la guerra civil. Notables son las viñas de Seoanez (que elabora a la altura de 1922 un coñac del mismo nombre –“El mejor. El preferido. Pedidlo siempre”, reza su publicidad en El Sorbete-), que merecieron que al inicio de septiembre de 1934 tres religiosos Calmadulenses procedentes de Osera (Orense) visitaran la ciudad y sus viñedos para conocer la fuerza alcohólica de la uva con la pretensión de estudiar la fabricación de un espumoso a precio mínimo y de resultados sorprendentes, tan admirables como los del hasta ahora conocido (como la uva, más bien de mesa, no tenía la fuerza requerida continuarían hasta Toro, decía El Adelanto entonces), y no menos las de Martiniano (Pérez Arias), o las de Moro, y en ellas y en las de otros cosecheros y propietarios se da trabajo a multitud de jornaleros durante el invierno, más favorecidos los de lugares como Santa Colomba, Herreros, Santa Elena, Requejo y Ribas por su proximidad a la población.

Ya en los primeros días de octubre de 1931 había alertado La Opinión a los labradores bañezanos y de la comarca y a sus sociedades de la importación de alubia foránea, “que tanto perjudicará sus intereses”, y los convocaba a defenderlos tratando de conseguir para tal emblemático producto la necesaria protección arancelaria, y desde el mismo semanario se clama de nuevo a la mitad de enero de 1932 por la defensa a través de la propaganda de la afamada alubia bañezana, (que llenaba por entonces –se dice- sacos vendidos como procedentes del reconocido Barco de Ávila), y se propone celebrar periódicas fiestas de la alubia (lo que hoy sería la Alubiada) para ensalzar y difundir tan singular producto, incitando a defender también los excelentes y apreciados vinos de la tierra mediante la creación de una escuela de catadores y la adecuada publicidad de sus virtudes. El 25 de mayo se recibía comunicación del director general de Agricultura anunciando la impartición en La Bañeza de un curso de vitivinicultura, solicitado por algunos viticultores, por personal técnico de la Estación Ampelográfica y de Enología Central, que se desarrollaría en torno al 11 de septiembre de aquel año.

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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