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La desconocida Escuela Agronómica de Nogales (II)

● Ibañeza.es ►Lunes, 27 de marzo de 2017 a las 8:32 Comentarios desactivados


A Eugenio García, que era además comisionado del Banco Agrícola Peninsular y encargado de su agencia en La Bañeza, y un empedernido traficante de bienes de la desamortización, que compraba para revenderlos, quizá valiéndose de los fondos de dicho Banco, le disgustó que el acomodado de Boisán y el no menos opulento de Santiagomillas Francisco Alonso Cordero compraran también una importante porción de bienes pertenecientes al convento de Nogales (que el bañezano consideraba su exclusivo feudo y cuyas totales pertenencias pretendía adquirir), por lo que desde entonces emprendió ante el juzgado de la villa bañezana un rosario de pleitos y demandas contra aquellos, que llevarán a que en 1849 permuten los unos con el otro “tres huertas en San Esteban de Nogales, que compraron a la Nación, por otras fincas también compradas al Estado por don Eugenio, todas procedentes de los bienes del convento de la localidad”. Los enrevesados contratos, pleitos, convenios, ventas, hipotecas, préstamos, obligaciones y foros urdidos en los siguientes años en torno a la adquisición de aquellas propiedades desamortizadas (afectando algunos al pueblo asentamiento del monasterio y a sus vecinos y al aprovechamiento de los montes desamortizados) debieron de estar relacionados, directa o indirectamente, con la muerte de Francisco Martínez “Cuarentavacas” el 20 de noviembre de 1854 como consecuencia de las heridas que le causara 13 días antes en una pierna un casual o intencionado tiro de escopeta cuando se hallaba en el bañezano mesón del Cabildo, una taberna y casa de comidas situada al otro lado de la calle o carretera, frente a la iglesia de Santa María.

En la que entonces seguía siendo hacienda del potentado bañezano se estableció en 1852 una Escuela Agronómica fundada por ambos y bajo la dirección de José de Hidalgo Tablada, Catedrático de Agricultura, director de la Asociación General de Labradores, inventor de algunas “máquinas aratorias”, y entre otros muchos y meritorios cargos director y propietario de la revista El Agrónomo, y se hizo “para formar en ella agricultores que dirijan en su tierra las operaciones del campo con arreglo a las leyes de las ciencias”, empresa en la que sus dos socios se aventuran sin subvención alguna del Estado.

Se da en tan saludable espacio enseñanza primaria y religiosa, acompañadas por una instrucción sólida y moral y por la práctica como principal estudio, se dice en su Reglamento, que dispone los grados de primaria elemental, agricultura práctica (en la que se forman capataces o mayordomos), y agricultura teórico-práctica superior (que forja ingenieros agrícolas), aunque por el momento imparte solo las dos primeras enseñanzas. La Escuela imita las que en abundancia existen ya en países como Bélgica, Rusia y Francia, y pretende desarrollar la riqueza agrícola del país brindando sus servicios sobre todo a los hijos de los labradores de mediana fortuna, y aún a los adultos que deseen perfeccionar sus usos campesinos y a los artesanos (carreteros y herreros, por ejemplo) de los oficios cercanos y precisos al agrícola. Se prevé hacer públicos los resultados de tan ambicioso proyecto en Los Anales de la Escuela Agronómica de Nogales, que se difundirán por entregas trimestrales.

El predio en el que se asienta es el del exmonasterio de Santa María, desamortizado como coto redondo de Nogales y adquirido por Eugenio García, y que cuenta aún con buenas habitaciones, extensos graneros, excelentes cuadras, y las oficinas precisas para la explotación que se establece. En sus inmediaciones y cercados por grandes y sólidos tapiales hay un molino harinero de dos piedras, movidas por un amplio canal derivado del adyacente río Eria, y dos huertas, además de tierras de secano, monte y prados ajenos a la cerca.

Dispone el Reglamento, además de la enumeración de los abundantes y modernos medios y herramientas con los que cuentan los alumnos, una distribución minuciosamente rigurosa y metódica del tiempo que éstos habrán de dedicar a formarse según sea en el invierno o en verano, de modo que en el último, por ejemplo, “dispondrán de 8 horas de descanso, 1 de policía y para alabar a Dios, 4 de estudios teóricos, 7 de trabajos y estudios prácticos, 4 para las comidas, y tiempo para ir y volver a los trabajos y el descanso”. Recoge también las diversas condiciones de estancia y de retribución según los grados de enseñanza, y así, abonarán 4 reales diarios los educandos de la instrucción primaria, y 2, 4 ó 6 reales los del nivel siguiente, según la clase de asistencia o “si se sujetan a los trabajos prácticos excepto las horas de cátedra”, los primeros. Desde los 8 años para el primer nivel y los 14 para el segundo acceden los internos a la Escuela (en cursos que duran desde el 1 de noviembre al 30 de septiembre), y desde los 22 los que con su trabajo en ella se pagan los estudios y alimentos en una suerte de “acceso para mayores” que les permite, según sea su nivel, agregarse a uno u otro grado. Existe también un taller de construcción de máquinas agrarias para instrucción de los alumnos, y las precisas al establecimiento, en el que en un tercer nivel de formación se instruyen durante cuatro años quienes saldrán Maestros en herrería y carreteros.

Portada de la publicación y parte de la fachada del Monasterio desde el interior.

Además de unos estipendios modestos y “previstos para facilitar la instrucción agrícola a los hijos de labradores de todas las fortunas”, se beca a uno de cada veinte alumnos del primer nivel para el segundo, y se admiten como “externos y por un módico devengo a los hijos de las familias pobres de los alrededores de la Escuela en el radio de una legua”. Se reglamenta también y con detalle el régimen de vida del internado, las modalidades de enseñanza y los tipos de trabajos prácticos que conlleva, y los exámenes, el tiempo, el orden, la distribución y las materias de estudio según los años que se cursan, y se pone la Escuela Agronómica creada y los positivos frutos que de ella se esperan a disposición del Gobierno, de las Juntas de agricultura y de las sociedades económicas y los particulares, y a las Juntas de beneficencia se ofrece “para educar a los jóvenes desvalidos que les remitan, con los solos gastos que éstos originen en el establecimiento de caridad al que pertenezcan, apartados de los pupilos procedentes de casas particulares pero bajo el mismo régimen que los demás”.

Loable y meritorio empeño progresista e ilustrado el emprendido entonces por estos dos adelantados en la feraz campiña de Nogales, en el noroeste de las tierras bañezanas, del cual desconocemos el alcance, la trayectoria y la dimensión que pudo tener en los años que siguieron. Tan solo disponemos de evidencias en algunas de las numerosas obras y tratados posteriores del erudito agrónomo que la dirigía de que al menos en 1853, un año después de ser creada, aquella avanzada Granja Escuela de Nogales funcionaba y daba provechosos rendimientos, lo que ya no ocurría en 1879 cuando por las deudas contraídas por el propietario Eugenio García (al participar en la construcción del ferrocarril de Andalucía) el monasterio y las fincas sobre las que se asentó fueron embargados por Enrique Surrentinez, de Lorca (Murcia). Habitado al poco y durante algunos años por su viuda y sus dos hijas, al cabo lo vendieron al benaventano Joaquín Núñez Grais, marqués de los Salaos, que terminó vendiéndolo a su vez en 1911 a los vecinos de San Esteban de Nogales, que acabaron de expoliar el edificio extrayendo para los dinteles y fachadas de sus construcciones variados elementos de sus muros, después de la venta que aquel hace de las estatuas yacentes de Suero de Quiñones y su esposa Elvira de Zúñiga, llevadas en 1913 a la Hispanic Society de Nueva York en cuyo museo pueden aún ser contempladas.

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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