La habitación de invitados está llena de trajes. En carnaval se convierte en el vestidor de todos, de los de casa y los que llegan de fuera: pelucas, medias, zapatos, pinturas, cinturones, todo tipo de complementos que han servido para interpretar los papeles que nos tiene asignados nuestro carnaval. A cada uno el suyo. Todos los bañezanos a lo largo de la historia hemos ido buscando un papel para interpretar, unos lo consiguen en los grupos, otros, los más valientes y atrevidos, van por libre, a pecho descubierto. Unos se especializaron en Noches Brujas, otros en Musas de Carnaval o en Sábados de Chispas. Así, poco a poco, completando un puzle de papeles escritos por los guionistas de las estrellas.
A algunos nos ha tocado escribir las canciones, componer las músicas, preparar las escenografías de muchos de los actos, incluso dibujar los carteles que anunciarán y recordarán nuestro carnaval o crear los símbolos para recordar a los que se fueron y para transmitir a los que vendrán.
En La Bañeza cada uno tiene su papel, principal o secundario, que se representa con naturalidad sin esperar una retribución. Todos lo hacen de la manera más natural. Los líderes de los grupos, los que se cambian siete veces de traje en estos días, los confiteros que han creado los dulces, los hosteleros que trabajan a fondo para que sus locales nos reciban con los brazos abiertos, los periodistas que captan cada momento y lo llevan a sus medios, los que se encargan de la limpieza en un mar de cristales y vomitonas. Hasta los políticos que tienen que darle lustre institucional a la fiesta, apoyo económico y en infraestructura.
Recogemos los trajes en sus fundas, armarios, baúles, cajas de cartón. Por un momento trato de calcular cuántos disfraces puede haber en las casas bañezanas. Es imposible calcularlo, miles.
Algún día, como dice mi amigo Pele Ferreras, habrá que celebrar una feria antes de carnaval, él la llama CARNAVALIA, donde los bañezanos saquemos nuestros disfraces para cambiar o vender, para que las gentes acudan a conseguir a buen precio estos trajes, sombreros o capas que llevan, en cada trozo de tela, el alma del bañezano que los ha puesto.
Todavía con el sabor del escabeche en la boca, me despido con el estribillo que escribí para la canción de La Charra dedicada al Entierro de la Sardina y que es una preciosa historia de amor y desamor que como el mundo, la vida y el carnaval, se repite cada año:
Ay, pobre sardina, solos nos dejó, un barbo malvado le dio mala vida y de los disgustos se murió de amor.