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Llama al ascensor que voy parriba

● Polo Fuertes ►Lunes, 6 de septiembre de 2010 a las 0:07 Comentarios desactivados


A lo largo de la temporada que he estado fuera de La Bañeza se ha llevado a cabo la colocación, casi definitiva, del ascensor que une la calle del Paseo con el barrio del Jardín. Al final me quedé sin saber cuántos peldaños tenía la escalerona a la que va a sustituir el artefacto. ¡Hala!, llama al ascensor que voy parriba.

Sí señor, las cuatro o cinco veces que use la escalerona intenté contar sus peldaños. Pero siempre me encontraba con alguien en la mitad del recorrido, sin saber si estaba subiendo o bajando (como un buen gallego en su indecisa idiosincrasia, que no el concejal de obras, mi amigo Tomás, oiga), para que cuando terminaba la conversación, no saber cuántos había contado, bien subiendo o bien bajando. ¡Joder!, llamaré al ascensor que voy pabajo esta vez.

Ha sido una constante particular, la de contar peldaños de escaleronas, desde que el alcalde de Astorga, Juanjo Perandones, le dio por restringir en el centro de la ciudad  la circulación y el aparcamiento rodado. Lo que hizo que, las más de las veces, dejara el auto en las inmediaciones del la muralla, para no tener que estar pendiente de echar las monedas al cepillo del parkímetro de la ORA, en medio de una reunión o en una rueda de prensa.

Desde entonces me acostumbré a las escaleronas astorganas de acceso al casco amurallado y a contar sus peldaños. La de la Brecha tenía (tiene si no la han remodelado ahora) 92 subidas en total, 78 la escalera del lienzo sur de la muralla  y creo que 29 la escalera revirada y empedrada de cantos rodados, entre la Plaza de San Roque y el alto del Postigo. Hay previsto un ascensor en el Parque del Melgar, en el lienzo norte amurallado, pero aún no ha llegado su hora.

Sin embargo, en esta vieja escalera bañezana de los ‘Andarines’ (como popularmente se la conocía), entre el Paseo de los frailes y el Jardín, me quedé con las ganas, por mi mala cabeza, ya digo. El otro día, cuando leí la noticia en los periódicos, en la que relataban la pronta puesta en marcha del elevador (llama al ascensor que voy parriba), corrí a contar para la  posteridad los escalones de la añorada escalera. Pero tarde ya. Sólo quedaba una especie de terraplén, en forma de arroyo desmadejado y seco y sin un resto vivo de los viejos peldaños.

Lo cierto es que descubrí esa escalera, como otros rincones de La Bañeza, cuando me jubilé, hace tres años y comencé mi manía peripatética (me acuerdo de Manolo Martínez, el Negro, Peri, cada vez que pronuncio esta palabra aristotélica que significa las enseñanzas de este filósofo griego, paseando por las sendas del Ateneo; “No me llames patético, Polo, que es lo único que no he logrado ser”) de recorrer la ciudad paulatinamente. Hacía más de un cuarto de siglo que La Bañeza la recorría en coche por culpa de mi trabajo y fue una gozada el encuentro con calles y plazas nuevas y otras no tan nuevas, por las que nunca había transitado como Dios manda.

Por eso, cuando la primera vez que subí al jardín en el coche de sanfernando por la calle de Santa Lucía, llegué a la de Bellohorizonte y apareció la escalerona, no lo dudé y me precipité peldaños abajo. Pero encontré a nosequién en el  ecuador de la bajada y perdí la cuenta de los escalones. Uno es de letras, pero le gusta contar. De aquel barrio apenas recordaba los jilgueros que cacé de pequeño con un cardo seco, adornado de varetas enligadas de pegagoma y un reclamo, en aquella enorme campa entre el precipicio de las ruinas del convento y la vía del tren, y de lo que después fue sede de la asociación y el periódico Bedunia (hoy albergue de peregrinos) y antes sede la Sección Femenina falangista. Juntamente con las casas de varios amigos que imaginaba (más que sabía) vivían por allí.

Bueno, pues estrenaremos el artefacto cuando esté en marcha. Lo bueno que tendrá este elevador es que no se podrá quedar entre dos pisos, aunque sí a mitad de la cuesta, sin saber si subes o bajas, como los gallegos del chiste. Más que nada por probar. Que para, parapatéticamente  andando, es mejor subir o bajar por Santa Lucía, la cuesta del Túnel o la calle de San Julián, sin tenerse que encomendar a ningún santo del cielo.

Vamos, que… llama al ascensor que voy parriba.

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