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Los antiguos antruejos en tierras bañezanas (I)

● Ibañeza.es ►Lunes, 10 de marzo de 2014 a las 9:15 Comentarios desactivados


En las fiestas de los pueblos de la comarca bañezana se sucedían los bailes de dulzaina y tamboril (eran afamados los de la ribera del Órbigo) en la plaza del lugar; y en los carnavales los disfraces asequibles y los socorridos esquilones y cencerros de animales (instrumentos idiófonos los nombran los etnólogos) los muchachos; las muchachas lucían los manteos o rodados de paño grueso, los mandiles de abalorios y los pañuelos de ramos sacados de las arcas en las que reposaban desde que las abuelas habían dejado de usarlas, allá por 1880; indumentaria tradicional de lino, lana y estameña que requería de entre diez y quince prendas (teñidas cuando era el caso en el tinte de Villamandos, el más afamado del partido e industria antaño floreciente; en 1928 aún existe en La Bañeza una tintorería así llamada y a nombre de “hijos de Benito”) además de grandes piezas de joyería que daban cuenta de la riqueza de cada persona, y a veces de la localidad, pues los vecinos cedían todas sus joyas a la mujer que en la ocasión y ceremonialmente las lucía.

Así eran los antruejos en la segunda década del siglo XX y lo fueron aún por muchos años, como por mucho tiempo salió en los de Jiménez de Jamuz “el toro” (armazón o aparejo de madera travestido de humilde vestimenta de sacos o de mantas que portaban uno o dos jóvenes, dotado de un par de cuernos a su frente y trasunto de personajes zoomorfos de otros carnavales, como “la morena” de los cercanos de Galicia, o “la gomia” y “la mula” de los más próximos de Carrizo de la Ribera y de la comarca leonesa de Rueda) a embestir a los mozos y a las mozas y a tratar de levantarles a éstas las faldas con la cornamenta, recorriendo las calles del pueblo para susto de grandes y pequeños mientras otros disfrazados llevaban un fardel del que extraían la ceniza con la que tiznaban a los descuidados, que en ello y en realizar tauromáquicas pantomimas y mascaradas hilarantes consistía allí “correr el carnaval”, como lo era en Alija (de los Melones entonces) que “los jurrus” asustasen a todos con grandes tenazas de madera que blanden al son de cencerros durante los cuatro días de carnestolendas y jurraran y dieran las mazaculas a las mozas que se atrevían a salir de casa, mientras peleaban con los esbirros de doña Cuaresma, “los birrias”, hasta que finalmente el bien se imponía sobre el mal y el Gran Jurru recibía en la hoguera purificadora su castigo.

El ambiente del híbrido urbano de la villa-ciudad cabecera de comarca agrícola que es La Bañeza lo describe en breve alusión el jurisconsulto bañezano Manuel Fernández Núñez en su obra de 1931 Folklore bañezano: El domingo y el martes de carnaval los aldeanos del contorno se reunían allí para bailar en la Plaza, y entre ellos las máscaras de Castrocalbón conocidas como los juanillos, que antes habrán participado en las rondas moceriles de cantos petitorios de viandas y aguinaldos al compás del tamboril, acompañados por los arrumacos que agitan panderetas con sonajas y suenan castañuelas, al tiempo que introducen por las ventanas una larga vara con cintas de colores en la que los vecinos cuelgan los presentes con los que premian al pedigüeño cortejo, que a su término dará cuenta de ellos en una opípara merienda rodeada de francachela, baile, cantos y jarana. Otros acompañantes podían ser los farramacos de Castrocontrigo, cubiertos los rostros con máscaras y el cuerpo con enaguas blancas para meter miedo cual fantasmas y alborotar a los vecinos.

Antruejos de Alija de los Melones en 1918. / Fotografía procedente del archivo particular de José Cabañas González

Es Ernesto Méndez Luengo quien refiere como en los carnavales bañezanos pobres y ricos, niños, jóvenes y mayores rivalizaban en ingenio y buen humor disfrazándose con los más bellos, típicos, singulares o extravagantes trajes que deleitaban a propios y forasteros. Se bebía, y mucho, en las tabernas, mientras en los casinos y cafés los incautos labradores de los pueblos del partido dejaban sus ahorrillos de todo el año en las mesas de juego a manos de los tahúres locales. No faltaba tampoco el clásico partido de fútbol entre un equipo de gentes de la clase obrera y artesana y otro de los mejor acomodados, y en los merenderos de las afueras, junto a los planteles de chopos, se usaba y se abusaba del porrón jugando a los bolos o a la rana, rematando el martes las fiestas con bailes en los casinos, sociedades y Círculo Mercantil, y la elección de la guapa del año en el teatro abarrotado de bullicioso público.

En el último tercio del siglo XIX un grupo de gentes de buen humor capitaneadas por el popular alguacil municipal conocido como el tío Usia divertían en las fiestas de carnaval al pueblo bañezano bailando y cantando la canción “Rengue…, rengue”, que más tarde recogería el músico local Odón Alonso González para presentarla con otras en el gran concierto que el Orfeón Leonés por él dirigido daría el 8 de abril de 1934 en el Teatro Pérez Alonso. Algunos años más tarde los carnavales o antruejos resultaron deslucidos. Así ocurrió en los de 1915, según la crónica que de su despedida se hace en El Jaleo, destacando de ellos las coplas referidas al pozo artesiano que desde junio del año anterior se pretendía disponer en Villamontán y a sus peripecias, y reseñando la poca valía de las comparsas (entre ellas “la bonita de modestos y simpáticos jóvenes de ambos sexos postulando a favor de los heridos y familias de los muertos en la campaña de África, a la que tan buena acogida se dispensó, que cantaban una patriótica jota dedicada a los pobres soldados”), lo desmerecido del entierro de la sardina, la menor animación que los años anteriores (se nos ocurre el posible factor de desánimo de la guerra europea, recién iniciada), y los concurridísimos y brillantes bailes de sociedad en el Casino y el Liceo. A aquellos bailes y a los de disfraces y máscaras y al de Piñata del Carnaval, se concurría también en el Teatro Seoanez (después de su inauguración en 1923), del que para la ocasión se retiraban algunas butacas (contaba con 650 y 6 plateas) convirtiendo su sala en elegante y espaciosa pista.

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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