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Los comienzos de la Azucarera bañezana (y II)

● Ibañeza.es ►Lunes, 1 de diciembre de 2014 a las 8:51 Comentarios desactivados


Volviendo a 1931, un mes antes de aquella concesión municipal, el 18 de enero, Vicente Fernández Alonso trata en La Opinión sobre el inesperado cuento de hadas que el asentamiento de La Azucarera viene a suponer para La Bañeza, saluda y agradece a quienes se hallan ya aquí, “catalanizándonos en el campo y en la ciudad, en las costumbres y en los métodos de trabajo”, y apremia la solución de los tres urgentísimos problemas del agua, las escuelas y las comunicaciones, volviendo a pedir ahora más que nunca el ferrocarril León-Braganza, y que a ningún pueblo del partido le falte carretera. Precisamente en los cruces de éstas y en los de caminos se preveía entonces instalar básculas, situándose algunas para autocamiones en Alija de los Melones, Quintana del Marco, Destriana y Posada de la Valduerna, para dar las mayores facilidades a los cosecheros de remolacha y para el avance de nuestra agricultura, según se afirmaba en El Diario de León.

Y el progreso de la ciudad y la comarca: “ni un solo obrero sin trabajo durante el largo invierno. Jornales más elevados que mejoraban la situación de la clase trabajadora. Cientos de obreros de otros lugares que aquí ganaban su jornal y que aquí dejaban, si no todo, parte de él, y como consecuencia hoteles, fondas, casas de huéspedes, posadas y hasta casas particulares aumentando sus ingresos al dar alojamiento y comida a cientos de personas, cafés llenos y comercio animado en todos los aspectos…”, este era el panorama bañezano que mostraba La Opinión el 20 de septiembre de 1931.

Otra es la visión de Ernesto Méndez Luengo: don Julio, el director de la fábrica, no reconocía trabas a su ilimitada y despótica autoridad; su voluntad prevalecía siempre, por encima de toda consideración, y hasta por encima de la Ley a veces. En octubre autorizaba cada año la admisión temporal de treinta o cuarenta obreros para realizar la campaña de recepción y tratamiento de la remolacha, que duraba tres o cuatro meses como mucho; al cabo de este tiempo volvían los obreros a enfrentarse con la triste y descorazonadora perspectiva de otros ocho meses de hambre segura para ellos y para sus familias. Ante tan negro y desesperanzador panorama, los obreros y los jornaleros del campo (sin trabajo la mayor parte del año) decidieron agruparse para defenderse de la egoísta, caprichosa y omnímoda voluntad del déspota, organizando huelgas para exigir la admisión de mayor número de trabajadores, único recurso para aliviar en algo el cada día más angustioso problema del desempleo, y para defender a los braceros de la inhumana tacañería y rapacidad de sus amos.

Quien durante largos años dirigió la factoría (con férrea mano) apenas se mezclaba, él y su familia, con la sociedad bañezana (según nos manifestaban en mayo de 2009 Alejandro Latorre –trabajó allí desde 1934 a 1948- y Julita Martínez  Flórez, hija de Modesto Martínez Castillo, que fue durante muchos años encargado), y así, después de que su esposa tuviera algún desencuentro con el rector de la parroquia de Santa María, en cuya iglesia asistía a misa diariamente, pagó la restauración del templo de San Mamés, que continuó frecuentando también a diario. Tampoco sus hijos hacían mucha vida social en La Bañeza: disponían de institutrices y no asistían a escuelas ni colegios bañezanos, sino que eran educados por profesores particulares (Julio Fernández de la Poza y Ángel Riesco Carbajo entre ellos) que acudían en un continuo ir y venir a la casa familiar traídos y llevados por el chofer en el coche del director don Julio, unos dispendios y un exclusivo y elevado modo de vida que algo pudiera haber tenido que ver con hechos como que en aquella fábrica no se respetaran categorías profesionales ni clasificaciones laborales (especialistas mecánicos torneros y fresadores como Alejandro Latorre eran clasificados y percibían sueldos de peón, nos dice), o como los amargamente descubiertos por algunos trabajadores al momento de su jubilación de haber sido mantenidos a lo largo de su vida laboral sin cotizar por sus derechos sociales, pues solo se había declarado una “cartilla” de la Seguridad Social por cada cinco o seis empleados.

Se da al menos en los inicios de su construcción un alto índice de accidentes de trabajo: en los primeros días de enero de 1931, hasta el 16, se producen 6 distintos accidentes, que se comunican desde el ayuntamiento, como siempre se hacía, al gobierno civil de León. En marzo se cursan altas y bajas por tales contingencias, entre otros, de los obreros Eugenio Carnicero Alonso, Valentín Fernández González, y Braulio Pérez Pérez, y en abril de Irineo de Jesús Pereira. Durante los meses de su edificación son excepcionalmente abundantes las obligadas certificaciones de altas y bajas comunicadas desde la alcaldía bañezana al gobernador civil, y tan frecuentes las incidencias en las labores realizadas que al principio de agosto de 1931 se llegó a requerir a la Inspección Provincial de Trabajo “la constitución de uno de los vocales de la delegación local del Consejo del Trabajo como inspector de andamiajes”, y a nombrar desde dicha entidad municipal encargada de hacer cumplir las leyes sociales existentes la comisión inspectora formada por José Perandones Cabo y Tomás Miranda Gervasi.

Proseguía el montaje de la fábrica, bajo la supervisión de Julio Hernández Ortega (natural de Motril, en Granada), ingeniero Jefe de construcciones primero y nombrado director en julio de 1931, y a finales de febrero se produce una huelga o paro parcial entre los obreros que trabajaban en el mismo, la primera producida en la ciudad, por despido ilegal y reclamando aumento de jornales, según se dice en La Opinión del 1 de marzo. En El Diario de León se indica días antes que se entablan negociaciones para solucionarla, y que se desenvuelve pacíficamente, “aunque hay elementos que tratan de envenenar la cuestión”.

A mitad de aquel mes de marzo 16 familias (una de ellas pudo haber sido la andaluza de Pedro Rodríguez Pozos –“el Marqués”-, asentada en San Mamés) que habían venido para emplearse transportando (de sol a sol y por 4 pesetas de jornal) con recuas de burros los materiales para las obras (cantos de río que en grandes serones a lomo de los animales de carga llevan desde aquel hasta las obras) han sido despedidas y se encuentran en condiciones tan precarias que no disponen de medios para reintegrarse a sus hogares respectivos y viven del humanitarismo de algunos vecinos que les prestan sus apoyos, por lo que desde el mismo semanario quien firma El Alguacil Corchuelo (José Marcos de Segovia) solicita para ellas el amparo de las autoridades. Seguramente en la situación que dio lugar a aquella huelga se trató de intervenir o mediar desde la Sociedad Obrera bañezana (que ya en octubre de 1929 había solicitado al consistorio el cumplimiento de las leyes de reformas sociales) y a través de la corporación, a cuyo presidente se le oficia el día 21 de febrero por el ayuntamiento lo que parece ser respuesta de la empresa: que ”la Azucarera no tiene inconveniente en tratar con sus obreros, no con obreros ajenos a la obra”. Otros conflictos y huelgas se vivirían en la factoría aquellos años, al menos la de mayo de 1936 y la que a finales del mismo mes de 1933 derivaba en paro de toda la construcción y en prolongada huelga general en La Bañeza.

En junio de 1931 era Administrador Prudencio Cuadro, de Tudela (Navarra), y a mitad de septiembre, con más de media construcción ya realizada, del gobierno civil llegaba la resolución del ya republicano ministerio de Gobernación sobre el expediente de enajenación de fincas municipales a la Azucarera, autorizando solo la venta mediante subasta pública (adjudicada el 18 de mayo de 1932 a la propia empresa, único postor), y no por gestión directa, como se había realizado, lo que no fue óbice para que a primeros de noviembre se contemplara el inicio de la campaña de molienda y la alcaldía bañezana gestionara con la Compañía Azucarera “sean en ella admitidos los obreros parados de la localidad, en justa compensación a las facilidades que se le han prestado y se le prestan”. Por entonces se crea la sección bañezana del Sindicato Nacional Azucarero, afecto a la UGT, que en marzo de 1936 se dotaría de una Caja de Socorros con cuyos fondos algunos trabajadores de la factoría (represaliados ellos mismos también) pretenderán ayudar a las familias de los encarcelados en el Depósito Municipal en los ya aciagos tiempos de los inicios de agosto de aquel año, cuando la represión de los alzados alcance a tantos de sus empleados.

Trabajaron en la construcción de la bañezana fábrica de azúcar numerosos vecinos de la ciudad y de sus pueblos aledaños, y algunos de ellos continuaron haciéndolo después como asalariados de la misma, fijos “de año”, o discontinuos en las sucesivas campañas de molienda remolachera, aunque una buena parte de quienes la pusieron en pie procedía de allende nuestra tierra: de Aragón (Épila o Caspe), Andalucía o Cataluña, también de Madrid y otros lugares (9 albañiles de Pontevedra se hospedan en julio de 1931 en la Casa de Huéspedes de Aquilino González Santos, y a finales de enero de 1932 se comunica al Consulado Alemán para las provincias de Asturias y León que el súbdito alemán Federico Liller trabaja en esta ciudad –de técnico en el montaje de la fábrica de azúcar, seguramente- y su jornal diario es de 11 pesetas), y algunos de aquellos que aquí se desplazaron, solos o con sus familias, terminaron asentados entre nosotros y originando en algún caso sagas familiares asociadas a la actividad azucarera y a los territorios de su procedencia, conocidos algunos como “el Catalán”, “el Vasco”, o “los Maños”.

Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas -Valduerna, Valdería, Vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia, de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González. (Más información en www.jiminiegos36.com)

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