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Lucila Ordás Aller: la alegría personificada

● José Cruz Cabo ►Domingo, 3 de julio de 2011 a las 9:13 1 Comentario


José Cruz Cabo

Lucila Ordás Aller, fue una mujer que ya de niña o joven, le gustaba alegrar a la gente y para ello se sacaba de la manga, infinidad de proyectos que podían haberle costado caro, dado el tiempo retrogrado y pacato que le tocó vivir. En los años de la guerra iba a la estación y cuando veía a un soldado no le importaba besarlo delante de todos y presentarlo como familiar que nunca lo era. En los años cuarenta, cuando Franco pasaba con toda su escolta, por nuestra ciudad, camino de Galicia o de Madrid, un día, lavando en el puente de la Reina, apostó con las otras mujeres que estaban en el río que paraba a la escolta de Franco y ni corta ni perezosa, se puso una sábana que la tapaba y subió a la carretera y se hizo la loca, y llegaron los primeros motoristas y frenaron y comenzaron a decir que qué pena, una joven tan guapa y trastornada, así fue parando a la mayoría de la escolta, hasta que una de las amigas le dijo: oye Lucila, que viene tu padre en el carro, y salió disparada para abajo y todo siguió su curso y Franco pasó sin problemas, aunque la escolta estuvo parada más de diez minutos.

Otra vez, estando en el Hospital de León, llegaron los carnavales y ella pidió disfraces y recorrió casi todo el Hospital disfrazada y haciendo las delicias de los enfermos, médicos, enfermeras y familiares de los internos. Lucila nunca se cansaba de hacer reír a los que estaban cerca de ella, fuera en casa o en la calle, tenía una gracia natural para decir las cosas y que resultaran alegres, aunque lo que estuviera contando fuera penoso o triste.

No he podido olvidar el año que su hija Pepita Beyoso Ordás fue elegida reina de las Fiestas Patronales. El alcalde era Leandro Sarmiento Fidalgo y concejal Delfín Pérez Linacero, que además era el fotógrafo de prensa para El Adelanto y los periódicos provinciales. El único periodista que asistió a esta petición, junto con alcalde y concejal fotógrafo, como a otras muchas, fuí yo, no había más corresponsales en la ciudad entonces. Nos recibió Lucila, con su habitual gracejo, nos hizo comer de lo mucho y rico que había dispuesto para agasajar al ayuntamiento y con los mejores dulces que se hacían en la ciudad, concretamente en casa de Baudilio, ya que la reina, su hija, Pepi Belloso, era dependienta en dicha confitería.

Después se dedicó a contarnos sus andanzas y aventuras desde su juventud hasta su vuelta a la ciudad, ya que vivió fuera de ella unos cuantos años, y cuando ella se cansó, siguió con sus aventuras carnavalescas Teresa la Curina y para remate, llegó a más de las tres de la madrugada, Kike Java. Nunca ví a Leandro Sarmiento reírse como aquella noche, ni a Delfín. Pero a Leandro se le caían unos lagrimones de risa impresionantes, así nos tuvieron hasta casi las cuatro de la mañana y yo tenía que entrar al trabajo a las ocho y media.

Sus números carnavaleros, junto a su amiga Paula, eran de una comicidad, además de una gran elegancia, que la gente se paraba a contemplarlos y encima se reía a mandíbula batiente, como cuando Lucila se vistió de Chacha y Paula de militar y al día siguiente fueron llamadas al cuartel de la guardia civil, que querían saber quien les había dejado el traje militar. Lucila, con esa increible gracia que Dios le dio, les contó tantas cosas graciosas, que los guardias no paraban de reírse y al final les dijeron que marcharan.

Y es que Lucila Ordás Aller, fue una mujer que trabajó como una negra, que sufrió hambre y necesidad a destajo, pero que nada nadie pudo acabar con su buen humor, con su gracia natural, cómica y dicharachera. Ella, lo mismo en la conversación entre amigos, que cuando tocaba disfrazarse de carnaval, su gracia natural y única y su gran bondad, así como lo mucho que aprendió de las adversidades y alegrías de la vida, eran puestas en movimiento, para que los que estaban hablando con ella o viendo sus números carnavaleros, se lo pasaran a lo grande, se divirtieran y consiguieran olvidarse, como ella decía, de los malos ratos que te vienen sin esperarlos y que hay que pechar con ellos aunque no se quieren, por eso hay que divertirse mientras se pueda.

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Un comentario de los lectores en “Lucila Ordás Aller: la alegría personificada”

  1. José Castaño D.N.I.10165855 dice:

    Todas estas encantadoras personas, de las cuales JOSE CRUZ CABO, nos recuerda entrañablemente, están VIVAS EN NUESTRO RECUERDO. Por tanto
    es EMOCIONANTE el que se nos recuerden tantas y tantas anécdotas y vivencias de ellas. Gracias de todo corazón por escribir durante estos pasados meses, sobre señoras tan válidas y queridas con las que hemos compartido años atrás, tantas y tan gratas expericicas. LA BAÑEZA, ha tenido siempre un gran activo de mujeres muy válidas, llenas de simpatía, profesionalidad, dinamismo y encanto. Ojalá sigamos recordando en estas páginas a tantas excelentes personas que nos han precedido y que estos excelentes comentaristas, como són, JOSE CRUZ CABO, POLO FUERTES, ANGELES CORDERO, y un largo etc. no se cansen de sus gratas aportaciones. Gracias.


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