José Cruz Cabo
Mi hermano Juan José Cruz, más conocido por Jillo, me dio el otro día la primera cartilla que yo tuve del Seguro de Enfermedad y que está fechada el día 20 de Enero de 1951, cuando ya hacía cinco años que trabajaba como tipógrafo en Gráficas Rafael.
El domicilio de entonces era la calle San Eusebio número 2, que corresponde al Corralón del Barrio de San Eusebio, donde había ido a vivir en 1940. La casa era de dos habitaciones y cocina de leña y no tenía techos rasos y el piso era de barro, por lo que cuando llovía había goteras de las que se libraban las tres camas y pocos trozos más.
Durante quince años viví en dicha casa hasta que en 1955, me casé y pasé a vivir a la calle Astorga. La verdad es que tengo muy buenos recuerdos de aquella época, ya que aunque la casa no tenía ninguna condición de comodidad, los vecinos de este entonces populoso barrio, estaban siempre dispuestos a ayudarse entre sí y en el verano se formaban unas tertulias a las puertas de las casas, donde se salía a cenar lo poco que había, y se formaban unas tertulias muy agradables, mientras los chavales jugábamos por la calle al pite, a la una anda la mula, al escondite, al peón, al pinchote o a cualquier juego que se podía desarrollar en la calle.
Muchas veces mi padre, para entretener a sus hijos y a los amigos de mis hermanos los sentaba en el suelo de la cocina, sacaba los cartones y el bombo de la lotería y nos reuniamos unos cuantos como los hijos de la señora Pilar y su marido, conocido popularmente por Arocha y mi padre, Manolillo, nos cantaba la lotería con esa gracia andaluza que tenía, también para las saetas ya que cada uno de los números de la misma tenía un sobre nombre, como los patitos, don pepito y su corbatín, las banderas de italia o las monjas de rodillas, así hasta los noventa números de la misma.
Muchas veces me lo ha recordado Jesús Valle, más conocido por Arocha, que junto a mis hermanos Juanjo y Guillermo, se reunían Santiago, Jesús y Carmina, y mientras su madre Pilar, mujer encantadora y bellísima persona, a la que siempre traté con gran afecto, hasta poco antes de su muerte, charlaba con la mia, segunda esposa de mi padre y también llamada Pilar, que fue más que mi segunda madre.
Tiempos de penuria, de racionamiento, de hambre, pero que ahora en el recuerdo fueron años maravillosos, a pesar del frio y las necesidades que pasabamos. Los hombres del barrio mientras estaban en la taberna del señor Bautista, que estaba en la esquina de la segunda cuesta del barrio.
En esa época las personas deeste barrio estaban siempre ayudandose unas a otras y hasta salían a pedir para el entierro de vecinos que no podían pagar el entierro o las misas, y entre todos lo costeaban. Allí don Angel un par de años subió a la Virgen de Fátima, a una de las casas del barrio, durante las misiones de cuaresma, y los vecinos y vecinas se turnaban, para que la imagen de la Virgen estuviera siempre acompañada, hasta el día siguiente que se volvía a bajar a la iglesia de Santa María. Durante la juventud muchos de los jóvenes que formaban pandillas mixtas, bajabamos a la Plaza Mayor para sentarse en los bancos y contar chistes o charlar amigablemente hasta las doce de la noche que volviamos para casa y solíamos hacerlo cantando. Recuerdo tres o cuatro inundaciones por haber llovido muchísimo y el agua bajaba por la calle Santa Elena en forma de rio y los chicos pasábamos a las chicas a hombros, para que no se mojaran, hasta el principio de la primera cuesta en que ya no había agua, y todo se hacía sin malicia, solo nos procupaba la amistad y la generosidad con nuestros compañeros. Fueron quince años en los que fui creciendo, madurando, adquiriendo conocimientos en la Escuela Nocturna de Acción Católica y donde inicié mi profesión con la que pude hacerme un hueco en la sociedad bañezana.