José Cruz Cabo
La verdad es que en este mundo todo acaba, pero no deja de entristecerme profundamente la muerte del que fue segundo director de nuestra Coral del Milenario, Alberto González Anta, el que más tiempo estuvo dirigiéndola y, sobre todo, el que fue consciente de la importancia de la misma.
Alberto estudio música y era un virtuoso del violín, con el que se inició en las Rondallas de los años cuarenta y cioncuenta que hubo en nuestra ciudad. Estudió la carrera de ingeniería y ello le llevó a separarse de su ciudad, pero ello no le impidió venir a pasar los veranos a su ciudad natal, junto a su esposa Luci y sus dos hijas. Cuando se jubiló de su carrera profesional, compró un piso en nuestra ciudad y la mayoría del año vivía entre nosotros, primero en la calle Santa Elena y después en la Avenida Vía de la plata. Todavía en el verano y otoño del pasado año, tuve varias conversaciones con él, especialmente pude vivir su gran emoción, cuando la Coral por la que tanto luchó y se sacrificó, le rindió el merecido homenaje en la capilla de Jesús.
Pero aparte de ello, ya éramos amigos casi desde la adolescencia y no puedo olvidar el gran concierto de violín y piano que dió en el Teatro hace bastantes años, recien jubilado de su profesión, junto a otra bañezana gran pianista.
Tampoco puedo olvidar los muchos viajes que realicé con la Coral cuando él era su director, y sobre todo tres de ellos. El primero el concierto que dio la coral en Ermua, con motivo de la primera fiesta de La Bañeza en Euskadi, y luego en Durango el gran concierto de las distintas corales vascas, donde le entregaron a nuestra coral el título de Coral honoraria de Euscadi, que se celebró durante una comida en la Plaza de Abastos de Durango, donde Alberto dejó patente su calidad de gran director, dirigiendo a más de quinientos coralistas en dos canciones, a los postres de dicha comida, cocinada por las mujeres de nuestra coral, dirigidas por Pilar Rodríguez Lozano.
Tampoco puedo olvidar el gran concierto que tuve la dicha de escuchar en la grandiosa catedral de Burgos, y el día siguiente en una de las iglesias de dicha capital. En “El Adelanto” de la época y en el “Diario de León”, se pueden leer mis crónicas de dicha efemérides. Fue una vivencia impresionante e inolvidable.
Pero su sencillez se puso de manifiesto en un concierto de la coral en La Robla, solo asistieron tres vecinos y los que ibamos de acompañantes con la coral en el teatro de la localidad, y Alberto les prometió que escucharían un concierto de entrega e ilusión y los tres roblanos salieron llorando de emoción y abrazando a Alberto.
Y es que Alberto González Anta era una de las personas que entran pocas en docena. Su sencillez, amabilidad, simpatía y humildad, eran proverviales y unas virtudes que le granjearon innumerables amigos. Todavía cuando sufrió un ictus, después de morir su compañera de tantos años Luci, y podía salir a la calle con la muleta y el brazo de una señora, nos encontramos varias veces en el café o en la calle y charlábamos, recordando anécdotasde los viejos tiempos.
Fueron muchas las vivencias que tuvimos juntos y siempre su simpatia y amabilidad estuvieron presentes en nuestros encuentros, tanto de pareja como solos. Un verano me lo pasé de maravilla con uno de sus nietos que estuvo casi todo el estio aquí con sus abuelos y su madre Laura.
No puedo por menos que sentir un profundo dolor por la muerte de un amigo y maravilloso paisano como fue Alberto González Anta, que terminará sepultado aquí en la tierra que le vio nacer y a la que tanto amó. Un compañero más para nuestro recordado cronista Conrado, ya que eran primos carnales. En este momento de gran dolor, solo espero y deseo que algún día, cuando Dios quiera, nos encontremos por encima de las estrellas, para volver a continuar con nuestras charlas. Mi profundo pésame a sus dos hijas y a sus mietos con todo el dolor de mi corazón.