Hace unos días pude comprobar –horrorizada– algunos de los rostros que iban a formar parte del equipo de gobierno en la Diputación Provincial. Yo, al igual que muchos leoneses que teníamos las miras puestas en otras caras, nos llevamos la desagradable sorpresa de que algunos, que debían pasar ya a la historia, seguían allí contra viento y marea dispuestos a ejercer una legislatura más su “derecho” a seguir formando parte del Gobierno Provincial.
Y entrecomillo “derecho”, porque la forma de elección de los candidatos a diputados por parte de los concejales electos, cuando no hay más que una papeleta con el nombre del favorito ya escrito, deja bastante que desear y no se aproxima nada al término “Democracia” tan vapuleado en los lugares en los que apenas se distingue del otro: “Dictadura”.
Pero lo que más me ofendió, como mujer, fue mirar esa foto de familia (de familia machista) y comprobar que sólo había una mujer arrinconada, entre doce hombres. Irremediablemente me acordé de la antepenúltima presidenta… y de Zapatero, cuando nos endosó aquellas ministras que el único mérito que tenían era el de ser mujeres; en esta ocasión era al revés, aunque en ambos casos se mirara más el sexo que la preparación académica.
Y pensé: en muchos municipios de la provincia gobiernan mujeres con éxito en las urnas; algunas desde hace décadas y, cuando los gerifaltes andan haciendo campaña, les dan dos besos, les dicen lo guapas que están, lo triunfadoras que son y lo bien que las han tratado los años, no sin antes pedirles que peleen cada voto en sus municipios, porque su gente confía en ellas y “con ellas está asegurado el gobierno para los próximos cuatro años”, o algo así.
Pero lo triste del cuento es que a la hora de repartir puestos de relevancia en la institución provincial, ya no son guapas ni válidas, ni triunfadoras, ni nada; sólo mujeres, amas de casa y poco más. No “llegan a la altura” de los hombres –algunos de ellos no saben articular más de media docena de palabras seguidas en una comparecencia–, pero son hombres y en una sociedad rancia –como parece ser ésta– ser hombre los coloca en un escalón superior a la mujer (léase con ironía, por favor), aunque no lleven corbata…
