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Otoño: patatas calientes con cualquier cosa o ninguna

● Polo Fuertes ►Jueves, 20 de octubre de 2011 a las 9:03 Comentarios desactivados


Me dicen unos amigos que escriba de flores, de difuntos, de robos sacrílegos de… No estoy por la labor. No quiero herir susceptibilidades ni cosas por el estilo. Me fatiga ya denunciar cosas, porque ya no estoy para discutir, para penetrar en lo que todo el mundo sabe, todo el mundo ve, todo el mundo aguanta. Aunque nadie diga, critique, susurre, comadree nada. No, no voy a denunciar nada en esta columna. Por eso, hago votos de arrepentimiento de mi anterior artículo sobre los niños de los cumpleaños y sus juegos cafres, para que nadie pueda criticarme (bajo cuerda, pero crítica al fin y al cabo) y cada cual siga pasando al lado, y aguantando marea.

Tampoco hoy voy a enredarme en la cosa política. Qué va. Sí, ya sé que el senador que teníamos en esta última legislatura se quedará en casa cada semana y atenderá su otro cargo, el de alcalde, con más ganas si cabe. Sin embargo, a lo mejor, volvemos a tener senador propio, a poco que Cristian Alfayate, el joven concejal del PP entre en la liza de alguien que tenga que dejar el puesto conseguido (que esa es otra hasta que no sepamos los resultados de las elecciones del 20-N), como le ocurrió a Palazuelo hace cuatro años.

Pero no, No voy a hacer cábalas. Ni mucho menos. Mi fatiga no me deja explayarme en temas de la vida de pipas y caramelos, como antes de cumplir los diecisiete años (setenta y uno en román paladino). No quiero ni escribir al dictado, ni hacer hogueras políticas de pueblo, cuando tan sólo pueden ser casualidades.

Por eso, cuando esta tarde de miércoles pasaba por el centro de salud ‘Juan de Ferreras’, miré las copas de los chopos que joden el entorno en otoño y primavera lo vivido y por vivir, unas veces con la caída de hojas y otras con la de polen, vi, con pena, que las hojas otoñales parecían tener una hoja de ruta en su caída, como la de patos con sabañones. No llega el otoño ni pa dios y las hojas apenas cuajan los contornos de sus troncos. Qué pena; casi un mes de otoño y en vez de frío, sigue pasando a limpio los meses de julio y agosto, cargando los días de octubre de soles y calores.

Y es que en otoño tiene que empezar el frío. Lentamente. Pero frío. Una estación de patatas calientes con cualquier cosa. Hace más de sesenta años, cuando apenas habíamos llegado a la decena en la edad, nuestros fines de semana acababan siempre por las tardes en el campo de San Manuel, al lado del pago rústico de la ‘Sementera’, donde hoy se ubican las piscinas estivales.

Después de dar unas patadas a una pelota de hojas de periódico, ésta la utilizábamos para prender (siempre había alguien que tenía cerillas o un mechero de mecha al que soplábamos al unísono) la hoguera de hojarasca otoñal y rama de patatas, con palitroques del propio plantel. Justo al lado, donde hoy se construye el Parque del Mayor de Charo González, el padre de la mujer del cronista oficial Conrado Blanco, siempre tenía una parcela sembrada de patatas. “Qué ricas saben estas patatas del señor Gonzalo”, decíamos a coro para asentar nuestras conciencias.

Con un palo bien afilado, extraíamos unas cuantas patatas que medio lavábamos en el cercano río Tuerto, por donde los carros vadeaban camino de Requejo, en lo que se denominaba la ‘Rodera’. Cuando el rescoldo era ya una realidad, metíamos las patatas, mientras rezábamos a coro cinco credos, que era el tiempo preciso para que las patatas quedaran asadas ‘al dente’.

Las meriendas eran aquellos sábados o domingos del mes de octubre cuajaban dentro del dicho (en otoño, patatas calientes con cualquier cosa o con ninguna). Tras el banquete patatil, arreglábamos el surco de la tierra del señor Gonzalo, para reconocer nuestra culpa y propósito de enmienda, que nunca cumplíamos. A la vez que meábamos los restos de la hoguera, para no mojar por la noche la cama. Eran cosas de mayores (“no andes con lumbre que después meas la cama”, decían los padres o los tíos).

Yo creo que queda esto casi mejor que denunciar a los maleantes que, cada noche de ‘Halloween’, roban las flores de los camposantos. Hay que ser ratas, robar flores a los difuntos. Pero no, no voy a decir nada. Porque quisió quién será. Y de lo de Cristian…, que haiga suerte, chaval.

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