A mediados del pasado octubre diversos medios nacionales y provinciales noticiaban la beatificación (iniciada en 1964) de 18 religiosos cistercienses mártires de la persecución religiosa de 1936 en España, de los cuales 16 pertenecían al monasterio cántabro de Santa María de Viaceli de Cóbreces. También lo hacía un diario digital astorgano, señalando que cinco de aquellos mártires eran naturales de la Diócesis de Astorga, uno de ellos (Álvaro González López, de 20 años de edad) de Noceda del Bierzo, donde se celebraba una Misa de Acción de Gracias por los nuevos beatos.
Los mártires del monasterio cisterciense de Cóbreces murieron en su mayoría asesinados por mantenerse firmes en su fe, arrojados sus cuerpos en el año 1936 a la bahía de Santander y perdidos bajo las olas, proseguía la narración del medio astorgano, que añadía que, según el monje encargado del proceso de beatificación, “eran estos mártires unos sencillos monjes trabajadores del campo y de la quesería del monasterio que nunca se inmiscuyeron en actividades políticas, que arriesgaron su vida por no traicionar su conciencia, muertos violenta e injustamente, sin odio y perdonando a sus agresores”.
Como la publicación digital de tal noticia permitía la inclusión de comentarios a la misma, me permití hacer entonces –el 14 de octubre- el siguiente (que envié al diario astorgano, pero que este no tuvo a bien recoger en su edición, ni tampoco darse por enterado del envío):
“Todos los asesinatos son odiosos, en todo tiempo y lugar.
Dicho lo anterior, qué curiosa y paradójica situación la de la familia González-López de Noceda del Bierzo, que contó además de con Álvaro, estudiante cisterciense asesinado con 20 años en diciembre de 1936 en Cobreces víctima de la violencia desatada en el Santander republicano, recordado, reconocido, honrado, e incluso elevado a los altares, con su hermano Tomás, de 24 años, también asesinado, este en la madrugada del 14 de septiembre de 1936 en el paraje de la Reguera de los Lagartos del pueblo ‘nacional’ de Pinilla de la Valdería, y hasta la fecha olvidado por casi todos y nunca homenajeado ni reconocido”.
Pues bien, ante el silencio de aquel medio, me propongo ahondar un poco aquí en la paradoja de esta familia de Noceda, parecida por cierto a las que padecieron en sus afligidas carnes otras familias de nuestras tierras. También me acerco un poco al monasterio de Cobreces, para descubrir (sin que pretenda con ello justificar ningún asesinato) que era señalado en los años republicanos como un destacado reducto de monjes tradicionalistas, y que a uno de ellos, Elías Álvarez Álvarez (natural de Noceda del Bierzo, joven misacantano hacía poco), cuya detención se había encargado a policías de Astorga en agosto de 1932 por su implicación en el complot del fallido golpe de Estado entonces encabezado por el general Sanjurjo, lo apresaban después en León “por repartir por Bembibre y Noceda un manifiesto tradicionalista y hojas subversivas (pasquines monárquicos sediciosos) el día de la sublevación”, y conjeturar que bien pudo pesar la adscripción ideológica que a aquellos frailes trapenses se atribuía y su cierta o pretendida complicidad en aquella y en posteriores conjuras monárquicas en el injustificado, brutal y absolutamente execrable asesinato de los 18 monjes el 2 de diciembre de 1936 en Santander a manos de incontrolados milicianos de la FAI (que pagarían holgadamente por su crimen a poco que después fueran hallados).
En cuanto al otro asesinado de los González-López (el primero de los dos terribles mazazos sufridos por esta familia), Tomás, de 24 años, hermano de Álvaro, martirizado y también perdido, él durante 72 años bajo la tierra de un pinar en Pinilla de la Valdería (si cabe más perdido y más olvidado, sin que nadie lo incluyera ni lo honrara bien pronto en ningún martirologio, ni siquiera públicamente lo nombrara), sus restos no serían recuperados hasta que en los finales de septiembre de 2008 se exhumara por la ARMH la fosa común sita en el pago de aquel pueblo conocido como la Reguera de los Lagartos a la que se llegó tras una laboriosa y enrevesada indagación sobre las identidades y circunstancias de quienes, también bárbara e injustamente asesinados, habitaban aquella tumba colectiva.
Los indicios y los testimonios apuntaban a tratarse de bañezanos quienes en ella habían sido echados, pero bien avanzada la investigación tendente a identificar y recuperar los restos de todos ellos, se cruzó una vez más lo inesperado en el camino (…el tejer y destejer de las siempre intrincadas averiguaciones; el encontrar un dato, una pieza del complicado puzle, que trastoca y descoloca buena parte de las ya antes situadas y que hace reconsiderar y recomponer de nuevo las certezas…), de manera que llegamos a encontrarnos con dos grupos de paseados que supuestamente habrían terminado ocupando la misma fosa: coincidían el número de los asesinados, y las fechas; incluso algunos de los minuciosos detalles coincidían, y había testigos muy directos de cuándo y cómo habían sido allí enterrados… Pero podía tratarse de un grupo solamente…
El otro, el dato nuevo e inesperado, vino también una vez más por la vía de una petición de ayuda a la ARMH de familiares de Noceda del Bierzo y cercanías para encontrar a sus desaparecidos, que aseguraban que allí, en Pinilla de la Valdería, habían acabado con la vida de los suyos. También eran extensos los pormenores conocidos de los hechos, y sólidas las evidencias de tratarse de este grupo de víctimas (el reloj de una de ellas se había hecho llegar por uno de quienes las enterraron a su viuda), y no, por lo tanto, de quienes habíamos creído bañezanas, y hubimos de enhebrar la explicación del porqué algunos de quienes, del mismo pueblo de Pinilla, los habían enterrado (se obligó a hacerlo –como ya se hiciera a primeros de agosto con los cuatro asesinados en el paraje de Cuestas Agrias- a los vecinos incluidos en la lista roja de los considerados desafectos) se convencieron y dijeron siempre, y así nos lo testimoniaron, haberse tratado de desdichados bañezanos: falangistas de La Bañeza llegaron pegando tiros al lugar al día siguiente de la carnicería perpetrada para asegurarse de que a los muertos les habían dado tierra.
Dio pues en resultar y se impuso de este modo la evidencia de que los infelices que ocupaban aquella fosa eran cinco bercianos de Noceda y sus alrededores, asesinados a la mitad de agosto de 1936 (a primeros de septiembre, según indicaban otras fuentes), y como tales y para sus familiares que los reclamaban fueron exhumados en la última semana de septiembre del año 2008. Recuperar sus restos no fue una vez más tarea fácil (a pesar de lo señalizado de la fosa): a lo contradictorio a veces de los testimonios que, después de tantos años, pretenden ayudar a situar las tumbas clandestinas se sumaba ahora la alteración natural de los terrenos, y la que por imposición de los trabajos forestales se había hecho incluso de los vestigios y las marcas que durante años la estuvieron señalando, pero así y todo se realizó la exhumación y se culminó una vez más la labor humanitaria (y cristiana obra de misericordia) de enterrar dignamente a los muertos con el concurso y la participación de tantos y de tantas.
Más información en Cabañas González, José. La Bañeza 1936. La vorágine de julio. Golpe y represión en la comarca bañezana. Volumen I. Algunas consideraciones previas. León. Ediciones del Lobo Sapiens. 2010.