Usar las nuevas tecnologías auditivas para joder al prójimo no deja de ser una cafrada como otras muchas de las que pululan por el mundo adelante. Pero si a ello se une que esa cafrada sea la portada de las fiestas de mi pueblo, eso tiene penitencia y de la gorda en los infiernos, Me refiero al escándalo que una mal llamada discoteca móvil se encenegó el pasado viernes para madrugar el sábado, en la Plaza Mayor, con el sólo de fin de jorobar a todo bicho viviente y supuestamente encamado para dormir en quinientos metros a la redonda. Escándalo por el mero hecho de joder al prójimo (y a la prójima) como a ti mismo.
Que nadie espere una crítica contra la organización de las fiestas patronales o contra las fiestas en sí. Dios me libre. Nunca lo he hecho ni nunca lo haré. Esa nunca fue mi bandera, porque sé muy bien lo que cuesta poner en marcha cualquier festejo o lo imposible que es dar gusto a cada uno de los vecinos. Sí señor. Pero, a veces, se escapa un pedo y sale a relucir el listo, el salvaje, el cafre que se esconde tras dos o cuatro torres de bafles vociferantes, para tirar por tierra todo lo hecho y por haber, para dar contento a un grupo, a unas peñas que a esas horas de la madrugada debían haber estado ya apriscadas.
La primera vez que vi en La Bañeza actuar a una orquesta con micrófono, dos altavoces y un amplificador fue en el Campo de Fiestas (hoy mercado de abastos), allá por los últimos años de la década de los cincuenta. Era la orquesta ‘Imperial’, de Perilla, Claudio y Pito Toral y compañía, O tal vez fuera la orquesta ‘Brasil’, de los hermanos Miranda, Cordero, Tarines y compañía, A estas alturas de la película ya no recuerdo muy bien los protagonistas del hecho, que tampoco viene a cuento.
Lo cierto es que, en un momento dado, cuando el vocalista oficial de todos estos grupos, don Ángel Peña subió al escenario a cantar ‘Caminito’, “canción porteña”, retiró el micrófono, porque según me había dicho a mí, minutos antes, no quería “artilugios modernistas que hacían que ‘Las palmeras’ (de Alberto Cortez) que había interpretado anteriormente la orquesta en cuestión, parecían más bien que fueran ‘las acacias’, amigo Polín”.
Peña era un zapatero bañezano, especialista en ortopedia, dado que él mismo portaba una bota de un piso considerable, para contrarrestar la merma de una de sus piernas. Tenía una voz prodigiosa de tenor, que ejercitaba en las distintas pistas de baile que por aquel entonces existían en la ciudad, como el propio Campo de Fiestas, Marbella, Las Vegas o San Cristóbal. A capela. Sin micrófonos ni bafles que deslucían sus actuaciones. Por la cara, totalmente altruistas.
Después llegaron los primeros grupos de sonido y de ellos se aprovecharon ‘Los Atómicos’, de Emilio, Peque, Caluche y compañía. La nueva tecnología era necesaria, dado que empezaron a usarse teclados y guitarras electrónicas. Pero siempre me quedaré con la melodiosa voz de Emilio, cuando cantaba a capela su repertorio de boleros.
Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, decía la zarzuela. Y aunque en fiestas los vecinos de las calles aledañas a la Plaza Mayor sabemos que tenemos que aguantar los envites de los técnicos sordos de sonido, hay momentos, como los del pasado viernes, día 10, para amanecer el sábado 11, en los que salen a relucir los muertos y vivos del pinchadiscos de turno, que sólo se dedica a joder la procesión de los que pretendemos dormir, aunque sea con las ventanas cerradas, a pesar de haber una temperatura cercana a los 30 grados, hasta bien entrada la madrugada.
Hace años hube de poner doble ventana de doble cristal para subsanar los estertores bestiales del patio de un bar de copas de la calle Astorga. Durante mucho tiempo pretendí que alcalde y concejales de turno hicieran algo cuando llegaban las tardes/noches/madrugadas del verano, sin conseguir nada. Hasta que me di cuenta que un grupo de aquellos concejales estaban metidos en la sociedad de aquel bar de copas de triste recuerdo.
Bueno, pues el pasado viernes para amanecer el sábado, ni doble ventana, ni doble cristal, no puente térmico ni dios que lo fundó, Las dos o cuatro columnas de bafles pudieron con todo.
Lo siento, pero en aquellas horas tristes de voces salvajes y calores intensos hube de acordarme de las peñas sin apriscar, del pinchadiscos, del alcalde y de los concejales responsables. Después, cuando todo pasó, volví a mi ser y al día siguiente, en un encuentro con don Palazuelo, ni me acordé de que unas horas antes lo había tenido presente en mis oraciones. Amén.