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Santo Potajero

● Ibañeza.es ►Martes, 3 de abril de 2012 a las 0:01 Comentarios desactivados


Comer forma parte de la condición humana. Se come por necesidad, por hambre, por rutina o por placer, tres, cuatro o cinco veces al día. El ser humano come para alimentar su cuerpo, para reponer el desgaste perdido mediante el trabajo o el ocio deportivo. En ocasiones especiales come por placer, visita esos templos de la gastronomía llamados restaurantes donde comparte mesa en todo tipo de celebraciones con amigos y familiares.

Pero hay ocasiones en que la comida forma parte de un rito, una costumbre, unida al acervo cultural o religioso de las sociedades que han transmitido este acto de comer un determinado producto en un día concreto, de generación en generación.

Recuerdo haber comido el potaje de garbanzos con bacalao casi todos los miércoles santos de mi vida. Todos los niños de barrio de mi infancia acudíamos a que la Señora Angélica y Teresa ‘la Curina’ nos llenará el puchero. Estas dos mujeres-coraje están en el potaje de mi infancia, mientras suena la banda sonora de los niños cofrades de La Bañeza

Santo Potajero, lléname el puchero,

Llénamelo más que está por la mitad.

Luego el trabajo me impidió acudir a la capilla de las Angustias y, con algunos compañeros de trabajo (ahora se diría compañeros y compañeras) acudíamos a Casa Boño a paladearlo junto con las natillas. Cuando Boño cerró nos lo preparaba Eugenio en Los Ángeles y también Paco Rubio. Cito estos tres porque ya no existen y con su pérdida hemos perdido categoría gastronómica. También nos lo ha preparado alguna vez Lola en el Industrial, unos de los últimos reductos de la cocina tradicional al mejor precio.

Reparto del potaje en una imagen del año pasado.

Pero nada puede sustituir al rito del Potaje de la Capilla. Poner de agua el bacalao y los garbanzos, encender los fuegos de leña, prepararlo a fuego lento en grandes perolas y servirlo con cariño, cacetada a cacetada, a cada persona que se acerca con su cazuela, además el pan y el vino, las pastas y la naranja. Luego cada cual lo come donde puede, en la calle, en la Plaza del Salvador, en el Jardinillo, cualquier lugar es bueno, algunos lo llevan y lo comen en casa. Lo esencial es comerlo en compañía.

Han quedado muy lejos los caldos que se preparan a los pobres y a los presos de la cárcel, primera finalidad de este potaje. Hoy a la cola de la capilla se acerca gente de todo tipo y condición. Todos somos iguales ante el Potaje. Bueno todos no. La cofradía invita a autoridades y benefactores en una comida en las dependencias de la Cofradía.

El pequeño Nazareno de El Salvador, sacado en procesión por los niños cofrades, tiene que sentirse feliz al contemplar cómo los bañezanos acudimos cada año a compartir su delicioso menú con todos los que se acerquen, dando transcendencia al rito, a lo mágico. Un poco como lo de los panes y los peces, al modo bañezano.

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