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Sermón de las Siete Palabras para un iconoclasta

● Polo Fuertes ►Sábado, 16 de abril de 2011 a las 9:43 Comentarios desactivados


Lo que sigue a continuación no deja de ser un cuento de Semana Santa. Cien por cien autobiográfico, con retazos de mi pinta de anticlericalismo y mi ramalazo iconoclasta, pese a ser creyente, cristiano y católico (esto último, con reticencias). Por eso, pensar en otras interpretaciones lo dejo al libre albedrío de mis lectores, sin ánimo de querer faltar a la sensibilidad de nadie:

En los últimos tiempos, he vuelto a ver las procesiones de Semana Santa desde la acera, meditando en los misterios representados y cultivando el arte sacro. Y digo he vuelto porque durante muchos años deje de lado procesiones y lamentos, tambores y cornetas, misereres y cantos enojados. Más que nada, por aquello de seguir teniendo ese ramalazo iconoclasta procesional y cofrade. Por eso, este sermón de las Siete Palabras (o cinco, a lo peor quedó alguna por el camino) que sigue a continuación es la ordenación de notas sueltas, cogidas al vuelo, mientras seguía las procesiones desde un corro de chapas, cuando estos corros eran pura tradición semanasantera, no como ahora, cargados de negocios turbios, a pesar de ser legales. Legalidad de la que carecían entonces, lo que los hacían más apetecibles.

‘Flectamus genua’, ‘levate’ (doblemos la rodilla, levantaros). Así comienzan las rúbricas, las parafernalias, las oraciones de los oficios del Viernes Santo, tras haber cantado (o recitado o simplemente leído) el Evangelio de la Pasión, según San Juan. Pero ese ‘flectamus genua…’ se lo oía también al baratero en uno de esos corros de chapas de la tradición perdida. Con puntos suspensivos y toda la pesca, después de haber ‘casado’ los dineros del apostador en cuestión, dejando las apuestas a los pies de los circundantes. ‘Levate’.

Y seguía la liturgia: “A cruces va la mano”. Es muy larga una noche de chapas. Y en una noche larga, cuando el agua mineral se sustituye por cubatas o cualquier engendro bebil de moda, mientras te llegan los cobres de la suerte (mala o buena, que eso vete tu a saber) uno piensa, y escucha, y analiza, y estereotipa, y… encima, el baratero de turno te salta con eso de ‘flectamus genua…’.

Pero en ningún evangelio se dice claramente de qué manera echaron a suertes los vestidos de Cristo (ni Mateo en el capítulo 27, versículo 35; ni Marcos en el 15-24; ni Lucas en el 23-34; ni Juan en el 19-24). Solamente un “echaron a suertes” y pare usted de contar. Dice la tradición, la leyenda que los soldados se las jugaron a los dados. Habría que verlo.

Porque es difícil que los soldados llevaran dados en sus bolsas, en sus petates (o como se dijera entonces). Pero… ¿qué soldado no iba a llevar unos denarios, unas monedas de cobre? ¿Por qué no pudieron jugarse la túnica del sentenciado a cara o cruz? (a la cara del César o a la cruz del Águila Imperial). “La mano va a caras” y suben las perras como palomitas volanderas, cargadas de ilusiones y vuelven al suelo tintineando (son las únicas campanas que se oyen estos días de pasión). Susurros de mala o buena suerte. “Son cruces, la mano pierde”. Y la resignación del perdedor se confunde con cuatro palabras: “Eli, Eli, lamma sabacthani” (Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?). Alguien dice que está jurando en arameo.

Allá afuera procesionan papones que cubren fealdades y miserias con capuchones de pasión; O penitencias ofrecidas, cuajadas de religiosidad y devoción, con retazos folclóricos. ‘Flectamus genua…, levate’. El baratero, danzante sin palillos, sigue con su cantinela. “Hagan juego, señores, hagan juego a cruces, la mano va a cruces”. El tirador de turno se me antoja un cristo con corbata y la barba perfectamente cuidada. Está a mi lado. Después tiro yo… “La mano va a cruces” vuelve a sentenciar el baratero. Y suben las perras, como platillos volantes para aterrizar mansamente sobre el suelo. “Cruuuuces son”. Grita el baratero. Y vuelven a subir una, dos, tres …, quién sabe cuántas veces. A su lado, la novia o la mujer o su compañera de turno recoge la ‘mercancía’, la pasta ganada a cara o cruz. Mientras le susurra al oído: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Hace calor en el corro o, al menos, yo lo tengo. Por mi mente añorante pasan Nazarenos y Amarguras, Angustias y Potajeras, Cristos y soldados, coronas de espinas, flagelos, clavos… Y al limpiarme el sudor imagino a la Verónica, con la primera fotografía del DNI de la historia. “¿Tiras, macho?”. El birria danzante del baratero pone en mis manos las monedas de cobre, pintarrajeadas de guerra, mientras me arrebata de la otra mano mis cuartos a apostar, como si fueran las vestimentas del Nazareno, para repartirlas a suertes entre la soldadesca que conforma el corro de chapas. “¿A qué vas?”, pregunta el birria baratero. “A caras”, digo como un autómata. Y el chascarrillo del gracioso de turno sentencia: “Cada uno va a lo que más tiene”.

Quizá fuera la hora nona. ¿Quién sabe? Apuro de mi vaso el brebaje, que me sabe a vinagre y a hiel, mientras sigo las evoluciones del baratero, con su cantinela estúpida, ‘flectamus genua…, levate’. Había sido monaguillo en los años cuarenta. “Apuesta hecha, arriba las perras”. Y salen de mis manos los cobres como gavilanes diminutos o palomas curruconas, para estrellarse en el suelo con las cruces para el cielo. “Son cruces, la mano pierde”.

Me queda cara de poker y me avergüenzo de mi desnudez, de mi soledad, mientras para mis adentros sentencio: “Consumatum est”. O tal vez “Perdónalos señor, porque no saben lo que hacen” (Pater, dimitte illis, non enim scium quid faciunt). Dejé el corro y salí a la calle. A lo lejos se oían tambores de una procesión, La noche-madrugada era pura oscuridad.

Hoy en día, he vuelto a presenciar las procesiones (o parte de ellas) desde la acera y miro al cielo a través de una cruz que reza en su frontispicio: “hic est Rex Judaeorum” (Este es el Rey de los judíos). Pero al final, llega siempre la Resurrección, aunque siga teniendo un ramalazo iconoclasta incongruente y una pinta anticlerical. Amen.

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