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Tango, que le gusta al Papa

● Polo Fuertes ►Lunes, 18 de marzo de 2013 a las 9:01 Comentarios desactivados


Dentro del maremagno biográfico del nuevo Papa, Francisco, de soltero Jorge Mario Bergoglio, me llenó de satisfacción que compartiéramos varias aficiones, tales como la lectura, el fútbol, la música clásica o el tango. “Esto será una leyenda urbana”, me dijo mi compadre Policarpo Navarro Sánchez. “no me imagino a un tanguero con sotana, blanca o negra, papa blanco o papa negro, amarrado a una gachí, haciendo evoluciones por la pista del salón, en medio de gestos un tanto eróticos, como son varios de los pasos del baile argentino”.

Lo traté de ignorante y retrógrado, por estar todavía anclado en la vieja filosofía de clerical tridentino, que aseguraban que el baile, cualquiera, era un círculo de demonios, cuyo punto concéntrico era la mujer. Jesús, Dios, lo que hay que oír, don Jorge Mario. Tate, tate pecador…

Hube de ponerme el birrete de conferenciante para darle una lección magistral sobre la nueva teología, sobre el baile en general, y el tango en particular al bueno de Navarro Sánchez, por un lado, con el fin de que comprendiera que el Papa Francisco puede ser un amante del baile argentino, sin que desdore su posición clerical, arzobispal y ahora Santo Padre.

Soy un experto en bailes de salón. Sí, ¿qué pasa? Hace una veintena de años, un matrimonio con hondas raíces en La Bañeza, Ernesto Méndez, hijo del escritor bañezano Ernesto Méndez Luengo, y su esposa Magdalena propusieron la creación de una academia de estos bailes de salón, a la que nos apuntamos una docena o más, de parejas. Eran tiempos en los que se probaba todo. Siempre he creído que hay una edad para cada tiempo y un tiempo para cada edad. Además, el saber no ocupó lugar nunca.

Mi mujer y yo éramos de los más mayores del grupo, pero el sentido de integración fue siempre compensado por las parejas más jóvenes, que nos acogieron como una pareja más. A lo largo de tres años, periodo que duraron nuestras enseñanzas, los fines de semana íbamos poniendo ritmo en nuestros pies, con bailes tan sonados como el vals, el pasodoble, chachachá, mambo, merengue, salsa, swin, rock and rock etc., y, por supuesto, el tango.

Tres años intensos en los que el baile nos colmó a mi mujer y a mí de nueva juventud, nuevos amigos y un sin fin de guiños al ritmo y al compás de pasos insospechados en el mundo del baile. A la vez que practicamos enrevesadas puesta en escena que hicieron las delicias de nuestras fiestas y otras a las que éramos invitados.

Quizá la más verde de estas enseñanzas me quedara en el tema del tango. Un baile en el que la filosofía se entrelazaba con los ochos de las piernas de los bailarines o el enredo de pies de la pareja. Tan sólo de los más de treinta pasos de los que consta esta danza de amor y tragedia, tan sólo llegué a dominar una docena, con los que me defendía en el baile, cada vez que la orquesta o el pinchadiscos proponía en tango.

En medio de la pista, con el resto de parejas, el ritmo los cambios de pasos están siempre pendientes de lo que el hombre proponga, a través de las caricias de los dedos de su mano derecha sobre la espalada de la mujer, individualizándolo del resto de las parejas danzantes.

Porque el tango es un baile individualista entre dos, cuyas evoluciones responden siempre a la letra amorosa y dramática de la pieza. Unas letras que siempre estaban en la mente de la pareja, mientras se arrastran los pies a la par que el compás.

No, amigo Policarpo, el tango no es, no ha sido nunca pecaminoso. Y menos para quien lo baila. No, no llegué a ser un experto en tango, al igual que en otros bailes, como el merengue, la salsa o el rock and rock. Por decir algo. Mis quehaceres laborales de aquella época nos apartaron a mi esposa y a mí de aquel grupo, que cada fin de semana hacía filigranas con los pies, marcando ritmos que cargaban las pilas para toda la semana.

Por eso, cuando leí que el nuevo Papa Francisco, de soltero don Jorge Mario Bergoglio, era amante de la música clásica y del tango, tuve un ramalazo de romper con mi persistente anticlericalismo, que han ido alimentando los anteriores santos padres. Quizá el Papa Francisco suprima los peldaños de la muralla que separan a la Iglesia del resto del mundo. Suerte, Santo Padre.

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