No podemos hacer demasiado, pero lo poco que está en nuestras manos tratamos de hacerlo, y de hacerlo bien. Sin importar la edad, la forma física o la escasez de tiempo, nos apuntamos a recorrer cada año esa distancia que nos separa de la meta, de una meta casi ficticia donde lo importante no es la distancia recorrida, sino el motivo que nos impulsa a hacerlo: ser solidarios por una causa que nos afecta a todos.
Así, cada año aumentan las cifras de las personas que se unen a la marea verde en la que se convierte La Bañeza en cada nueva cita de la Marcha Popular de la Esperanza, porque todos sabemos que en esa lotería –en la que nunca vamos a comprar boletos- tenemos posibilidad de que nos toque, a nosotros, a un familiar, a un amigo. Y no podemos regalar “el premio” a otro, hemos de quedarnos con él y luchar con todas nuestras armas para ganarle la partida.
No hace falta insistir, ni convencer, ni hacer publicidad. Nadie busca una excusa. Sabemos que hay que estar ahí. Hoy por otros, mañana tal vez, por nosotros mismos. Ese pequeño granito de arena que, en forma de donativo, hace crecer la cuenta de la AECC y que servirá para apoyar en la investigación, quizás esa pequeña aportación sea lo que falta para evitar que nos toque de cerca. Nunca se sabe.
El caso es que este domingo más de 2.500 personas se pondrán su camiseta blanca y verde y se confundirán con el color de la esperanza, porque además de soñar –que es muy útil y placentero- a veces hay que poner los pies en la tierra y arrimar el hombro con pequeñas cosas que, juntas, acaban siendo grandes. Teñir de verde La Bañeza será nuestro objetivo.
