Imagino que en su infancia fue un niño soñador, con la mente llena de ideas que plasmar en el papel. Sus cientos de trabajos dan fe de que, aunque el niño creció, siguió siendo un soñador. Me atrevo a afirmar que cuando se fijó por primera vez en la silueta que forman las torres de la iglesia de Santa María y la casa consistorial ya pensó en hacer algo con ellas. Solo tuvo que esperar a hacerse mayor y tener destreza con los lápices; así, un día pensó que podía hacer una cara con las dos torres más emblemáticas de la ciudad y fue dando forma a aquel diseño que se había gestado en su imaginación.
Desde hace 16 años esta imagen estaba pugnando por representar el Carnaval bañezano y al fin se ha posicionado en el lugar en el que le corresponde estar: representando a este festejo recientemente declarado de Interés Turístico Nacional. Hoy, después de darle forma metálica por los chicos de la Escuela Taller, el boceto con el que todos nos hemos familiarizado desde su nacimiento ocupa el lugar que le corresponde. Cartel, pin, disfraz… un monumento al Carnaval que hasta el propio Toño se lo ha pintado en su cara alguna vez.
Apenas unas pinceladas sirven para que este genio, tan poco valorado por quienes lo hemos visto siempre tan cerca de nosotros, muestre aquello que se pasa por su cabeza y nos deje boquiabiertos. Quienes estábamos allí cuando explicaba el porqué de esta forma y el significado de los colores pudimos comprobar que los sueños, de vez en cuando, se cumplen. Solo hay que perseguirlos sin tregua y poco a poco se van dejando llevar. Será que yo también soy un poco soñadora…
