Mucho se especula sobre los cánones marcados por el protocolo a la hora de asistir a actos públicos, el buen gusto y los colores o determinadas prendas de vestir que, tanto por exceso como por defecto, indican la vulgaridad de quien piensa que todo vale y aquella frase de “aquí me conocen todos” que ministros, consortes de mandatarios o miembros de casas reales, tienen que pasar por la censura de los expertos en más de una ocasión y éstos no son nada benevolentes a la hora de hacer sonrojar a la princesa por desafiar al protocolo o repetir modelo.
Las instituciones, sean de la índole que sean, merecen un respeto y cualquier personaje al que vayamos a saludar enfundados en el traje equivocado, se merece un respeto que no estamos ofreciendo. Es por eso que han hecho su aparición en nuestras vidas los estilistas, los asesores de imagen, los expertos en protocolo, los personajes del colorín y todos aquellos que nos puedan dar una pista que seguir para dar en el clavo en cada uno de los eventos a frecuentar. El resto lo pone el interesado donde, como y cuando puede…
Hay quien piensa que con un traje completo ya tiene para cuantos eventos tenga en su vida, sin tener en cuenta que no es lo mismo una boda de tarde que una de mañana y que no es lo mismo ser la madrina, la madre de la novia, la amiga, la hermana o la invitada de compromiso; parece una tontería, pero hay que ojear unas cuantas revistas más para conocer los secretos de este mundillo y evitar seguir metiendo la pata. Así tendremos algo de qué hablar y las revistas seguirán criticando a la princesa o a la ministra otra vez más por no haber sabido estar a la altura.
Los diseñadores caros cambian trajes por dinero y, quien tiene disponibilidad económica para comprar uno de esos atuendos que nos pueda convertir en princesas, debería invertir en un buen espejo -seguramente más barato que el traje de firma- y le dé el uso que precisa para dar el toque final al conjunto, que no suele estar incluido en el lote, aunque se respeten las “normas” al cien por cien; el buen gusto, el glamour y el estilo suelen adquirirse aparte.
Pero es tan fácil como mirar alrededor, tomar nota mental de todo lo que quien sabe más que nosotros nos enseña y copiar, que aunque quede feo, hay veces que no se nota. Sin embargo, hay que mantener las ideas propias y el estilo personal siempre por encima, porque hay mucha famosa y aristócrata con dinero, estilistas y amigos diseñadores, que parece que las vistió el enemigo; nada mejor que el propio espejo para formular un veredicto justo.