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Un hombre bueno y un buen oculista

● Polo Fuertes ►Jueves, 11 de noviembre de 2010 a las 0:09 Comentarios desactivados


Mi padre era amigo de Don Pedro y después toda la familia lo fuimos también. Mi padre le llamó siempre Pedro y nosotros le llamamos siempre Don Pedro. Don Pedro Rodríguez Martínez, Don Pedro el oculista, murió esta semana en La Bañeza. Era un hombre bueno y bondadoso y, a demás, un buen oculista.

Un hombre bueno que La Bañeza gozó la gran suerte de tenerlo como Hijo Predilecto y como vecino; así como profesional de una de las especialidades más delicadas de la medicina. La primera vez que viajé sólo a Salamanca, con apenas doce años, la recomendación que me dio mi madre fue que no me asomara mucho a la ventanilla, porque si me entraba una carbonilla en los ojos, en la capital charra no había un Don Pedro el oculista para curarme.

Y es que Don Pedro fue el ángel de la guarda de mis ojos, Cuántas veces le he recordado ahora, una vez jubilado, la cantidad de intervenciones que tuvo que pasear por mis ojos, para sacarme los cuerpos extraños que el esmeril afilando brocas, como las chispas de la soldadura eléctrica iban a caer entre los párpados del trampalandrán que esto escribe, cuando aprendía el oficio de mecánico. Auque la primera vez que me llevó mi madre a su consulta fue para limpiarme un ojo de la carbonilla que se había alojado una tarde en el andén de la estación, cuando llegaba el ‘correo’ de Madrid.

Don Pedro fue primero maestro nacional y después hizo la carrera de medicina y la especialidad de oculista. Los bañezanos optamos siempre por la raíz latina de esta profesión, antes que la griega. Porque lo de oftalmólogo, que significa lo mismo, parecía menos entrañable para referirnos a este bañezano ilustre.

Don Pedro nunca quiso salir de este rincón que le vio nacer. Por su consulta pasaron aquellos años, con toda seguridad, la práctica totalidad de los bañezanos, sin que en ningún momento quisiera cobrar sus servicios. Tanto en lo referente a la graduación de la vista como en aquellos pequeños o grandes accidentes que hacían de los ojos peligrosas y molestas intervenciones. Con la amistad y el cariño como mejores utillajes y su sabiduría, bondad y profesionalidad por bandera, que le hicieron merecedor el ser nombrado Hijo Predilecto y el nombre de una calle.

Hoy, esas pequeñas intervenciones, apenas un soplo con unas pinzas especiales en la mano, han de pasar por la burocracia de las urgencias, camino del Hospital Provincial, la mayor parte de las veces, que hacen tener siempre presente a Don Pedro, esa especie de mago que todo lo curaba con el bisturí de la amistad.

Alguna vez, hace bien poco, comentaba con él cómo podía pagarle La Bañeza su amor por los bañezanos y me contestaba con esa armonía que siempre manejaba en la conversación:”Qué más voy a pedir, amigo Polo, soy Hijo Predilecto y, además, han dado mi nombre a la calle más larga de La Bañeza”.

Esta semana se nos fue a la eterna morada. Sin hacer ruido. Como él quería. Allá arriba, a lo mejor, le estaba esperando San Pedro, para que le sacara una mota de uno de sus viejos ojos. Quizá el cacho de una pluma de esos angelitos que sólo tiene cabeza y alas y siempre están revoloteando a su alrededor, sin poder darle un azote, porque no tienen dónde dárselo.

Descanse en paz Don Pedro el oculista, con el recuerdo de uno de sus amigos bañezanos, entre los muchos, todos, que tenía en La Bañeza. Un hombre bueno y un buen oculista.

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