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Víctimas del Covid por parte de las administraciones

● A. Cordero ►Viernes, 4 de diciembre de 2020 a las 8:27 Comentarios desactivados


Desde hace un tiempo hemos visto cómo la desolación traspasaba las mascarillas de los dueños de un establecimiento hostelero. A través de los ojos se adivinaba el miedo y la incertidumbre ante las decisiones de los que dirigen nuestras acciones desde el cómodo sillón de un despacho. Siempre con la esperanza puesta de que lo que se están sacrificando sirva para algo y de que no les exijan medidas más drásticas a la vuelta de una nueva reunión en otro despacho cualquiera.

Pero no, después de una dura medida llega otra más dura, con menos margen para mantener la clientela y con más exigencias por parte de las administraciones. Un nuevo ‘mazazo’ para la maltrecha hostelería que está siendo la cabeza de turco de esta crisis, mientras se sigue mirando para otro lado ante botellones, reuniones callejeras y fiestas descontroladas en recintos privados que actúan como bares sin serlo y, sin pagar impuestos.

Estamos en un momento en que no se sabe lo que va a pasar. Aterrados ante las cifras con las que nos bombardean constantemente, con el miedo en el cuerpo y temiendo las decisiones que en unos y otros países están tomando y que, tarde o temprano nos acabarán afectando más de lo que quisiéramos. Y siempre es la hostelería la que está en el punto de mira. Ninguno de nuestros ilustres políticos se imagina (o no se quiere imaginar) los gastos que acarrea un local con la mitad –o menos- de clientes y con las condiciones meteorológicas que atravesamos aquí en León y que complican aún más el trabajo.

Pero las nobles cabezas pensantes que ante una mesa de despacho deciden cerrar la hostelería a cal y canto convencidos de que se solucionarán todos los problemas, no se han parado a pensar en las cifras que mueven los que se dedican al oficio de estar detrás de la barra de un bar, en los otros sectores que arrastra consigo un bar cualquiera, de una ciudad cualquiera, o de un pueblo cualquiera.

Y no han pensado que, cerrando los bares, no sólo dejan en la calle a un número escalofriante de trabajadores y/o autónomos, sino que las cifras de contagios que nos facilitan no justifican el hecho de que se prive de tomar un café o una cerveza con todas las medidas de seguridad como se estaba haciendo, mientras que miran para otro lado en lugares en los que contagiarse es mucho más fácil que en un establecimiento hostelero.

Pero se echa la culpa a la ya maltrecha hostelería y se siguen manteniendo actividades y actuaciones, muchas de ellas a precios prohibitivos para unas arcas públicas no demasiado boyantes, mientras que se elude la posibilidad de aportar algún tipo de ayuda para esos bares que han tenido que cerrar y “pagar los platos rotos” de un problema que no era el suyo. Quizás en lugar de malgastar el dinero en luces de Navidad, en espectáculos ruinosos o en embadurnar los bordillos de las calles fuera buena idea aportar algún tipo de ayuda económica, porque de la propaganda y de las promesas que nunca llegan a cumplirse ya empiezan a estar un poco hartos.

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