Antiguamente el cartel tenía un cometido muy distinto al que conocemos en la actualidad; y yo, aunque tenga que echar la vista atrás, me quedo con esos que dejaron de ser soportes meramente informativos para convertirse, de repente, en objetos de arte. Siempre me gusta buscarles “algo de eso que no está escrito”. Algunos tienen el poder de sobrevivir en la memoria al paso del tiempo, otros poseen un importante cometido más allá de la función para la que fueron creados, como el boceto que hizo posible la estatua del Carnaval.
Y es curioso que en momentos como los que estamos viviendo, en los que parece que todo está inventado, visto, dicho y colgado en internet, aparezca un cartel de esos que todavía tienen la capacidad de sorprendernos y consigue captar la atención de todo el que se tropieza con él; un cartel que tiene el poder de perdurar en el tiempo, o de que se cuele en el recetario de un maestro pastelero para terminar convertido en tarta.
En cambio hay otros carteles que pasan sin pena ni gloria. Anuncian el evento y a los pocos días ya nadie lo recuerda; nada que ver con esos que traspasan la frontera del tiempo y permanecen inalterables en la memoria de aquellos que han tenido el privilegio de observarlos. Esos carteles que dicen mucho más de lo que muestran, aunque no falte quien no vea más que lo que el cartel enseña libremente, y más allá de la imagen y esas pocas letras que informan, se esconda mucho más de lo que el autor ha querido mostrar.
Cada cartel cuenta una pequeña historia en la que el autor nos quiere hacer partícipes de todo lo que se pasa por su imaginación mientras le da vida para conseguir captar la atención y ejercer esa función informativa para la que en principio es creado. Los que tenemos el privilegio de admirarlo somos meros espectadores de esa imagen que decora las paredes y viaja por las redes sociales a gran velocidad… Y aunque no siempre nos llama la atención más allá de su mensaje escrito un buen cartel es mucho más. Sabe transmitir su mensaje a través de la imagen sin necesidad de utilizar demasiado texto, dando por válido el dicho aquel de que “una imagen vale más que mil palabras”, aunque los que tenemos el vicio de escribir sigamos siendo partidarios de las letras.
Resumiendo: carteles, lo que se dice carteles hay miles, pero un buen cartel tiene mucho más que tinta; los buenos gozan de un interesante poder de seducción. Tienen impreso más allá de lo visible una gran trayectoria artística, una historia escondida entre los trazos que lo componen, un pedazo del alma de su autor que, entre pincelada y pincelada deja entrever algo de lo que esconde en su interior, una voz sorda y silenciosa que grita todo aquello que lleva dentro, pero aunque sea entre líneas, todo está en el cartel.