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Y el séptimo día descansó

● Polo Fuertes ►Domingo, 1 de julio de 2012 a las 0:01 Comentarios desactivados


Para aquellos que puedan interpretar mal el título de esta columna les diré que el mismo no tiene nada que ver con la Biblia. Ojo al dato. No vaya a ser que después me llamen blasfemo y cosas por el estilo. Pero me venía al pelo para ilustrar lo que está pasando los fines de semana desde que el mes de mayo empezó a andar a gatas.

Ha sido un final de primavera y un principio de verano caluroso. Si lo sabré yo. Pero en llegando el fin de semana, la meteorología se relaja, se amodorra, le entra la molicie y nos hace coger la rebeca, la chaqueta de entretiempo, si no quieres helarte en una terraza o simplemente, paseando el sábado o el domingo, camino de una barra de bar para libar los néctares del tío Baco. Joder. Y no te digo nada si además, le da por llover. Que también han llegado ahí los mapas de los meteorólogos pesadines.

Añadir a eso que te dé por hacer una visita sorpresa a los hijos que tuvieron que emigrar a Madrid o Badajoz (es cosa de los tiempos que vivimos) y ya puedes inventar alguna cuchufleta para tener entretenidas a las nietas correspondientes, que no pueden ir a la piscina.

Sí señor, la meteorología descansa el séptimo día y el día anterior, si llega el caso. Tampoco hay que extrañarse. A lo largo de este mes de junio finiquitado hemos visto que hasta los mineros cesan en sus protestas, cortes de carretera y zambombazo que dios te crió. Es de cajón, si Dios descansó al séptimo día es lógico que los topos del carbón hagan lo propio.

Bueno, hasta que empezó la segunda marcha negra. Conozco el percal porque durante muchos días fui un andarín más (poco más o menos), como informador puntual, allá por el 1992, en la primera de aquellas marchas, que hizo historia, aunque no consiguió lo que se proponía. No había ni hay sábados ni domingos para los caminantes. Con el canto de Santa Bárbara bendita se iniciaba el camino y de igual manera se concluía al llegar el final de etapa, mientras las lágrimas de hombrotes como pinos en juventud diluían las últimas polvaredas del camino y hacían nuevos surcos entre los que ya había hecho el carbón.

Tampoco ha descansado mucho el Ayuntamiento y otras asociaciones, programando ferias, rotulación de nuevas calles, pruebas ciclistas, pruebas pedestres, apertura de piscina al aire libre, congreso de joyería y para el próximo una nueva edición de la feria del libro.

Ahí quería llegar. Este año, que no eche nadie la culpa a la feria de la letra impresa si le da por llover, porque en este caso concreto será de la meteorología, que está como un cencerro. Una feria que no se dedica sólo a la puesta en escena de los tendales y tiendas, sino a la presentación de una docena (o más) de libros concomitantes con nuestra ciudad. Pero, ya veréis como después de soportar los correspondientes calores que, como viene siendo habitual, comenzarán este lunes, el viernes, sábado y domingo, zas, mal tiempo al canto. Que Dios no oiga la súplicas meteorológicas, coño.

Hace fresco y aire mientras estoy escribiendo estas letras, a poco que abra la ventana de mi despacho, donde tengo los chismes fijos de escribir. Cuando cierro vuelve el calor sofocante de las paredes que han soportado más de cuarenta grados la semana que acaba y no han logrado sacudirse aún los rayos del pleno sol.

Y es que este tiempo (meteorológico, oiga) está como una cabra. Sí, ya sé que la culpa la tenemos todos, la sociedad de consumo o la sociedad a secas. Pobre sociedad que carga con la culpa más liviana y la más pesada. Pero es lo que hay. Porque hasta el mismo Dios descansó al séptimo día. Lo dice la Biblia, oye. Por qué no lo va a hacer el tiempo meteorológico. Vamos, digo yo.

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